La lucha por el poder no tiene
calendario, discurre por su propio cauce. La disputa política no sigue el
calendario electoral, aunque por temporadas coincide con el para llegar a una
resolución legal y pacífica respecto a la distribución del poder político en el
Ejecutivo y el Legislativo. Analizarlo no es fácil cuando la información es
ensombrecida por las noticias falsas, los montajes o cualquier otra forma que
adquiera el periodismo, como podría ser la propaganda o las filtraciones. La
sucesión presidencial cobra visibilidad mediática y lo qué falta por ver. Entre
los actores políticos, sean partidos o personajes de la política, nadie espera
el anuncio oficial del año electoral que por ley se hará en el otoño del 2023.
La alianza política que prosperó
de 1988 a 2018, el tándem PRI-PAN, quiere recuperar posiciones perdidas ¿Podrán
armar un sólido bloque opositor? Eso está por verse. Primero tienen que
consolidar, lo que los publicistas llaman la marca Va por México, a la que está
agregada el PRD y podría sumarse MC. Mantener entre sus cercanos a poderosos
grupos empresariales, así como mantener el apoyo de la mayoría de los medios de
comunicación convencionales (Prensa, Radio y Televisión) y la red de
instituciones autónomas que se crearon durante cinco sexenios, encargadas de
lavar la dilapidación de los recursos públicos y tolerar el fraude electoral. Esta
alianza sin línea de futuro quiere regresar al pasado inmediato, el que fue su
zona de confort. Podrán estimular aspiraciones de estatus entre la población, así
como el miedo. Además, cuentan con la colonización del Poder Judicial, por lo
menos parcialmente. No importa que por el momento carezcan de figuras contendientes.
A grandes rasgos ese es su capital político.
Por su parte, el bloque
gobernante tendrá que aguantar vara, la vara alta de la moralidad autoimpuesta
tiene que resistir los embates que irán escalando y no se limitarán al fin de
semana. Con eso se aceleran las disputas internas por la sucesión, más ante la
ausencia u omisión de una dirección política que conduzca el proceso sucesorio.
No han podido aislar al presidente López Obrador o él no ha querido, pero la
lucha por la candidatura presidencial de MORENA lo está desgastando. Todavía no
encuentro al bobo que le crea su desapego al proceso, sobre todo cuando en el
entorno de Palacio se han desatado las simpatías y el gabinete sangra. La
oposición depredadora huele la sangre y disfruta los navajazos que se infligen
sus adversarios.
El problema de MORENA, ya lo diagnóstico
Pablo Gómez respecto a las elecciones de mitad de sexenio, es la soberbia, lo
cual es natural en un partido que se hace dominante y cree fácil abandonar el
esquema de frente amplio que parecidamente adoptó en 2018, el cual le abrió posibilidades
de acceso al poder insospechadas.
La carrera comenzó y muchas cosas
sucederán de aquí a un año, cuando el proceso sucesorio se abra formalmente.