Cancún fue la sede del décimo
encuentro regional (América Latina y el Caribe) promovido por el legendario
señor Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial. De
empresarios para empresarios, con la dedicación de difundir la panacea del libre
comercio. Se trató de un evento franquicia del que se celebra anualmente en
Davos, Suiza, durante el invierno. La reunión de Cancún se efectuó en primavera,
del 6 al 8 de mayo.
Para la mayoría de los medios el
evento no incorporó mayor relevancia internacional, fue más bien como un
encuentro doméstico a los que asiste cotidianamente el presidente de la
república. No logró convocatoria de admirarse entre los mandatarios de la
región, sólo honraron el Foro los presidentes de Haití y Panamá. Como es ya
habitual en este foro, con mayor fuerza desde la caída del Muro de Berlín, la
discusión de ideas se ha transformado en un coro de la hegemonía de nuestro
tiempo. En la medida que los asistentes piensan igual o asumen un mismo
paradigma económico, sólo Joseph Stiglitz los vino a incomodar. Disonancia,
disidencia, diversidad, son palabras extrañas en este Foro, pues lo
participantes están totalmente convencidos, indoctrinados. Sin nada relevante
que aportar al mundo, en el refrito de la competitividad y la productividad.
El evento fue ocasión para el
examen del presidente Peña Nieto ante un único sinodal: el señor Schwab. La
exposición del Presidente de México, bajo estas circunstancias, no tuvo
originalidad y mucho de protocolaria. Fue más bien la declaratoria de adopción
de fe ante el sumo sacerdote, como un rito de iniciación ante la más alta
autoridad del “neoliberalismo”, el cual exigía la sumisión del discípulo y
converso, obviando una aguda e inteligente discusión. Las preguntas del sinodal
no descompusieron al expositor, respondía con la mirada fija en su
interlocutor.
El examen no reflejó miedo a las
palabras, ni equívocos (Ricardo Alemán: http://www.eluniversalmas.com.mx/columnas/2015/05/112531.php). El examinado hizo un ejercicio de
impostura (RAE: 2.f. Fingimiento o engaño con apariencia de verdad) respondió
como político, no como jefe de estado ante este improvisado templo de los
mercaderes.
Las preguntas no fueron
difíciles, no al menos para quien estuviera dispuesto a encarar la realidad,
sin rodeos. No es el caso de Peña Nieto. Se le preguntó sobre el legado que
aspira dejar, sobre la insatisfacción de lo no logrado, sobre la falta de
confianza, por la falta de progreso en Latinoamérica y el combate a la
criminalidad. Respondió sin confrontar, cosas como decir que el sexenio es muy
poco tiempo para “lograr la mayor prosperidad de la sociedad mexicana”. Luego
se puso hablar sobre “la mayor satisfacción” por las reformas logradas. Al
interrogatorio sobre la falta de confianza salió con la vacilada de que la sociedad
es inmediatista, “espera encontrar respuesta y solución de forma inmediata”. La
pregunta sobre el progreso de Latinoamérica la evadió, sólo alcanzó a deslizar
que Colombia, Chile, México y Perú son grandes cuates. Y respecto a la
criminalidad hay que echarle la culpa a la geografía.
No dijo Peña que aquí en México
el mercado es de naturaleza truculenta, que existe un cartel de las
constructoras, de que la semiesclavitud es realidad viviente -como en el Valle
de San Quintín- o cómo las empresas mineras devastan el medio ambiente, por dar
ejemplos de reciente exposición mediática.
El señor Klaus Schwab haría muy
bien en pasar una temporada en México, seguro pondría a revisión sus teorías,
al menos modificaría su estructura de cuento de hadas.