Siguiendo por el Canal del
Congreso el curso de la aprobación de la reforma al Código Fiscal de la
Federación. A la espera del “debate” de los senadores en torno a la reforma
fiscal. Mientras en el Palacio de San Lázaro se aprueba la pensión universal
para adultos mayores de 65 años y el seguro de desempleo. Tundido por tanta
autoexaltación partidista que se desgañita por la ciudadanía, quedo
insatisfecho de tanta argumentación parcial. Por eso es partidista.
Increíble es que quienes inventaron
el gasolinazo y están dispuestos a imponer, si tienen las condiciones propicias,
la generalización del IVA al consumo de alimentos y bebidas, se desgarren las
vestiduras reclamando no más impuestos. La desfachatez es incongruente por
definición. Como difícil resulta encontrar congruencia en los legisladores que
han votado en el pasado, normas que han destruido la red de protección social y
ahora pretenden congraciarse con la pensión universal y el seguro de desempleo.
Es un parecer muy particular, así
lo pienso y lo escribo.
Vayamos al punto. México ha sido
incorporado a la moda de la política económica liberal. La moda que llegó para
quedarse ¡Cébalo, Diablo panzón! Adoptar dicha moda ha tenido como costo la
destrucción y disminución de la red de protección social para dejarla al libre
juego de la oferta y la demanda (caso ejemplar las pensiones de los
trabajadores)
Ahora que el hambre, la pobreza,
la salud –revelador la indígena dando a luz en el jardín de una clínica rural
en Oaxaca, el jornalero que murió a fueras de un hospital en Guaymas, Sonora-
exhiben al país con expresiones de disgusto social (manifestaciones, policías
comunitarias, redes sociales) el actual gobierno encuentra en la reforma fiscal
la política que le permita contrarrestar los efectos de la prescripción
económica liberal. Reforma que empareja como si de una reforma social se
tratara. El giro puede quedar en retórica si no se actúa de acuerdo a un
objetivo específico y bien armado: renovar la red de protección social. Sin
ella no habrá paz, ni crecimiento económico.
El “gran” argumento, parcialmente
válido, que justificó el desmoronamiento de la red de protección social fue la
corrupción al interior del aparato público. Lo malo es que el remedio de la
economía liberal ataca al enfermo, no a la enfermedad. Así quedamos en el peor
de los mundos posibles: con protección social disminuida y con corrupción.
Por eso el foco, la centralidad
de la política de los gobiernos se tiene que establecer en la relaboración de
la red de protección social. Para ello se tiene que ser efectivo en el combate
a la corrupción, así como evitar que el ejercicio del gasto público sea
capturado por los que más tienen. En esto mucho tiene que ver la reforma
fiscal.
Puede quedar la idea de que al
ver el Canal del Congreso se apresuraron estas líneas. No es así, la dialéctica
es intrincada por naturaleza. Leo, luego escribo. Para este artículo me ha sido
un gran apoyo el libro de David Stuckler y Sanjay Basu Por qué la austeridad mata(Editorial Taurus, 2013)
En su capitulado los legisladores encontrarán casos de otras latitudes, ya que
tanto gustan de ejemplificar con lo que pasa en el extranjero, para argumentar
a favor de la red institucional de protección social.