viernes, 25 de octubre de 2013

Red de protección social


Siguiendo por el Canal del Congreso el curso de la aprobación de la reforma al Código Fiscal de la Federación. A la espera del “debate” de los senadores en torno a la reforma fiscal. Mientras en el Palacio de San Lázaro se aprueba la pensión universal para adultos mayores de 65 años y el seguro de desempleo. Tundido por tanta autoexaltación partidista que se desgañita por la ciudadanía, quedo insatisfecho de tanta argumentación parcial. Por eso es partidista.

Increíble es que quienes inventaron el gasolinazo y están dispuestos a imponer, si tienen las condiciones propicias, la generalización del IVA al consumo de alimentos y bebidas, se desgarren las vestiduras reclamando no más impuestos. La desfachatez es incongruente por definición. Como difícil resulta encontrar congruencia en los legisladores que han votado en el pasado, normas que han destruido la red de protección social y ahora pretenden congraciarse con la pensión universal y el seguro de desempleo.

Es un parecer muy particular, así lo pienso y lo escribo.

Vayamos al punto. México ha sido incorporado a la moda de la política económica liberal. La moda que llegó para quedarse ¡Cébalo, Diablo panzón! Adoptar dicha moda ha tenido como costo la destrucción y disminución de la red de protección social para dejarla al libre juego de la oferta y la demanda (caso ejemplar las pensiones de los trabajadores)

Ahora que el hambre, la pobreza, la salud –revelador la indígena dando a luz en el jardín de una clínica rural en Oaxaca, el jornalero que murió a fueras de un hospital en Guaymas, Sonora- exhiben al país con expresiones de disgusto social (manifestaciones, policías comunitarias, redes sociales) el actual gobierno encuentra en la reforma fiscal la política que le permita contrarrestar los efectos de la prescripción económica liberal. Reforma que empareja como si de una reforma social se tratara. El giro puede quedar en retórica si no se actúa de acuerdo a un objetivo específico y bien armado: renovar la red de protección social. Sin ella no habrá paz, ni crecimiento económico.

El “gran” argumento, parcialmente válido, que justificó el desmoronamiento de la red de protección social fue la corrupción al interior del aparato público. Lo malo es que el remedio de la economía liberal ataca al enfermo, no a la enfermedad. Así quedamos en el peor de los mundos posibles: con protección social disminuida y con corrupción.

Por eso el foco, la centralidad de la política de los gobiernos se tiene que establecer en la relaboración de la red de protección social. Para ello se tiene que ser efectivo en el combate a la corrupción, así como evitar que el ejercicio del gasto público sea capturado por los que más tienen. En esto mucho tiene que ver la reforma fiscal.

Puede quedar la idea de que al ver el Canal del Congreso se apresuraron estas líneas. No es así, la dialéctica es intrincada por naturaleza. Leo, luego escribo. Para este artículo me ha sido un gran apoyo el libro de David Stuckler y Sanjay Basu Por qué la austeridad mata(Editorial Taurus, 2013) En su capitulado los legisladores encontrarán casos de otras latitudes, ya que tanto gustan de ejemplificar con lo que pasa en el extranjero, para argumentar a favor de la red institucional de protección social.
 
 

 

martes, 22 de octubre de 2013

Alteridad e integridad


Se han fijado en la actuación de las autoridades frente a la amenaza del ciclón Raymond. Muy otra, el desgano burocrático se ha despejado. Eso parece, una golondrina no hace verano. Ahora así, el énfasis y la atención corresponden a lo que debe ser el servicio público. Si esta actuación estuviera en todas las actividades y procedimientos de la autoridad de este país, sensiblemente, sería otro. Lástima que, por diversas razones, el servicio público resulte deficiente respecto a lo que se espera de él.

Cierto, no todo el servicio público se puede poner en el cajón de la deficiencia. Es evidente que la modernidad, en forma de nueva legislación y/o tecnologías de la información implantados, no han hecho un mejor servicio público, me refiero a aquel al que está obligado la autoridad.

El deterioro se ha incrementado de manera acelerada desde el gobierno de Vicente Fox y la inercia alcanza al actual. Desde la alta burocracia funciona la correa de la recomendación, no precisamente tiene que ser mala si está adherida a principios. Si la alteridad y la integridad están ausentes desde la alta burocracia entonces el interés personal, particular del servidor público, se impone sobre el interés público. Se trata de un territorio casi inamovible y es la mayor la debilidad de muchos gobiernos, aquí y en otras latitudes.

Alteridad supone tener presente el interés, la necesidad o circunstancia del otro, de quien recurre al apoyo del servicio público, sin truques (votos) ni intercambios indebidos (sobornos).

Integridad, calidad de íntegro, supone la disposición de no sacar ventaja de la posición burocrática.

Son principios que casi no funcionan en las burocracias, las normas sociales fundadas en la costumbre, incluso en el mercado (la moda) sólo consideran la alteridad y a veces la integridad en casos de emergencia: un incendio, una inundación, un sismo. Fuera de esta situación límite no se les requiere.
Lo que se ha extendido como epidemia es la sicopatología del narcisismo en la casta burocrática, sin hacer distingo de partido, rompen reglas por convicción, desatienden con pasión los procedimientos y sólo se mueven por instrucciones de arriba, un ejemplo de esto último es la modificación del estatuto del ayer Parque Nacional del Nevado de Toluca.

Esa es la tragedia de la mayoría de los gobiernos de hoy en día.
Tanta energía por mover a México y no hay capacidad para hacer una burocracia funcional al real servicio de la ciudadanía. Esa burocracia donde encalla toda reforma, incluyendo a las cardenistas. La burocracia, el enemigo interno de Peña Nieto, cuando ya suficiente tiene con la rebelión hacia el caos que ha desatado el proceso reformador.
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