Que el festejo oficial que conmemora un aniversario más de la Revolución Mexicana haya sido tan deslucido no sorprende. Los festejos cívicos que exaltan la participación de las masas han venido en picada desde que durante un desfile, allá por 1985 en un desfile del primero de mayo –si la memoria no se equivoca- lanzaron una bomba molotov a uno de los balcones de Palacio Nacional. No fue un acontecimiento fortuito, la era tecnocrática había despegado y el proceso de desvinculación popular del régimen de la revolución también. Lo que posteriormente hizo Vicente Fox fue la afirmación de una tendencia.
Las fechas cívicas, hay que recordarlo, eran también celebración del presidente en turno.
Lo que se dejó ver en los festejos de la semana pasada fue la consumación del aislamiento de la presidencia de la república respecto a una actuación de comunión con el pueblo. El espacio informativo de una celebración disminuida fue ocupado por una cascada de opiniones acerca del deficiente desempeño del Titular del Ejecutivo federal. Los que ayer apoyaron se suman hoy, sin revolverse, al conjunto de los insatisfechos. No quisieron ver la realidad y ahora los chasquidos, gesticulaciones y muecas de desaprobación las dedican al presidente constitucional.
No hay lugar para la sorpresa, sí para la indignación.
Hay que recordarlo. Felipe Calderón no estaba preparado para gobernar al país y pese a ello llegó a Los Pinos. Todos sabemos que no alcanzó un triunfo contundente e inobjetable. La presidencia se la dio el tribunal electoral. Lo que se vendió al electorado fue una mercancía que al quitársele la envoltura, el empaque, demostró ser mucho muy deficiente respecto a lo ofrecido. Dónde está el México ganador, dónde el presidente del empleo
Para llegar a la presidencia, Calderón tuvo que facturar con anticipación el poder. Son esos compromisos los que lo han atado: Fox, Elba Esther, los gobernadores, los empresarios de la radio y la televisión, con excepciones que ya han sido castigadas como José Gutiérrez Vivó. Antes de obtenerlo ya lo había repartido. Para complicar su gestión hizo de la amistad, no de las capacidades, el criterio privilegiado para nombrar su gabinete. Para terminarla de amolar se alió con los tecnócratas que no le han servido para maldita la cosa.
Amarrado a la ideología neoliberal, el presidente Calderón no encuentra modo cierto y seguro de tomar el timón del Estado.
En esta anotación de por qué no le ha ido bien al país durante la gestión de Felipe Calderón, habrá que apuntar dos procesos que han contribuido y coincidido a la formación del fracaso. El debilitamiento de la institución presidencial sin el fortalecimiento alternativo de las instituciones del Estado. El abandono de la rectoría del Estado no en beneficio del funcionamiento de los mercados, sino del capital corporativo que gusta de las prácticas monopólicas que expolian a los consumidores y extraen rentas institucionales del erario público.
No hay sorpresa, si acaso el hecho de que los priístas no se acuerden notoriamente de la Revolución, tal vez ya no entienden de donde les viene lo revolucionario y se aferren a una institucionalización hacia la derecha. Criminalizando a las mujeres en el país de los feminicidios. Peor, imposible.