Lo que sucederá en los primeros
cien días de gobierno sólo lo sabe un círculo pequeño, la desconfianza sembrada
no da las facilidades para la fluidez democrática de la información de los
asuntos públicos. Conjeturar, especular, sospechar, son verbos que niegan de
principio la certeza. Incluso las propuestas ya apuntadas por el presidente
electo están a la espera del hálito de vida de los hechos contundentes, muelles
para una nueva administración.
Pregunto y me pregunto ¿Qué me
gustaría de esos primeros días?
Cien días sin escándalos
originados desde el gobierno. Que los vencedores no se dediquen a denostar el
pasado reciente, a legitimarse sobre la lápida de sus adversarios. Que la
aplicación de la ley no tenga fines mediáticos o de venganza. Que lo que se
decida esté bien fundado. Que por la vía de la actuación pública y de los
acuerdos al fin podamos observar el nacimiento de una clase política como
resultado de un proceso y cierre de la transición democrática, apertura de un
nuevo régimen.
Que los poderes fácticos respeten
los poderes establecidos y reconocidos en la Constitución, que no simulen
legalidad como lo pregona Ricardo Salinas Pliego con su convocatoria a darle la
vuelta al gobierno.
No todo está al alcance de los
recursos de la Presidencia como para pedirle lo imposible. Pero con lo que
tiene, un mandato y sus atribuciones, disposición del erario, hay margen para
actuar sin quejarse de la falta de apoyos. El Estado de Derecho y legitimidad
electoral son soporte para el ejercicio, evitar su dilapidación es una
obligación. Si no se alcanzan acuerdos al menos asegurar lo posible.
Como se inicia se concluye. Es la
lección que deja la administración saliente, agotada por el voluntarismo y en
revanchismo ideológico, ahogada en su propia propaganda. Mucho dirá del talante
de la nueva administración la moderación de la propaganda sustentada en hechos.
En cien días no se resolverán carencias
estructuradas tras la remoción del régimen de la revolución por un orden a modo
con los grandes consorcios, pero si se puede decirle a la mayoría de los
mexicanos que hay autoridad para proporcionar justicia y seguridad, que el
Estado no se desentiende del control marítimo-territorial que lo comprende, que
provee de los recursos que proporcionan el bienestar de la población.
Poner el bienestar en el centro
de la eficacia gubernamental es un contenido por demostrar de un enunciado
reiterativo de cien días y emblema de todo un sexenio y más.
Lo expuesto no es pronóstico, ni
profecía, tampoco programa, es el deseo de un buen ingreso para todos ¿Alguien
se opone?