En esta ocasión me referiré al
mecanismo sacrificial como medio de unidad y pacificación temporal en las
sociedades modernas. Es una extrapolación, pues en sentido estricto el
sacrificio opera con eficacia relativa en comunidades inmersas en la religión
primitiva. Dos momentos tomaré, uno reciente y otro en la proximidad de cuatro
décadas. El proceso de postulación de la candidatura de MORENA a la presidencia
para este 2024 y la postulación de la candidatura del PRI en 1994, para reponer
la postulación malograda tras el deceso del candidato original.
Sin duda, la postulación de
Ernesto Zedillo en 1994 para sustituir a Luis Donaldo Colosio, tiene más verosimilitud
con el sacrificio. El asesinato del sonorense le aportó al candidato sustituto
la unidad necesaria para sacar adelante la batalla por la presidencia.
Considérese, Zedillo en tanto político mediocre y consumado tecnócrata, con una
campaña deslucida y la paz amenazada por hechos de violencia como el apuntado,
más que por la insurgencia zapatista, obtuvo una clara victoria sobre sus
oponentes. Voto del miedo se le llamó. Una vez al frente del gobierno federal
Zedillo hizo con el PRI lo que quiso y lo debilitó en los límites, contrariando
al entonces poderoso Grupo Atlacomulco al nombrar un procurador de la república
de extracción panista, lo que molestó al patriarca del grupo, Carlos Hank
González. Además, se sirvió de la autoridad ambiental para encarcelar a su
hijo, Jorge Hank Rhon. Más que construir un México democrático, el politécnico
sentó las bases del bipartidismo a modo de la manipulación tecnocrática, en el
que sus hijos predilectos se pudieran mover a gusto. Ello allanó el camino para
el sacrificio del PRI en el año dos mil con el arribo de la “alternancia” y la
consagración de la burocracia electoral.
El sacrificio que viene
fortalecerá al partido hegemónico o renacerá el bipartidismo. Dentro de las
sombras sin desterrar la luz supuesta de la democracia sigue en espera de su
alumbramiento.