martes, 19 de agosto de 2014

Post-civilizatorio

Para los efectos de la sociedad moderna, se trata del tiempo en el que el civismo ha dejado de funcionar como el valor que nos resguarda en la convivencia social laica y nos aleja de la violencia, reducida a eventos esporádicos. Nada al respecto nos menciona el proceso reformador en acción, que se limita a perorar tres palabras: inversiones, competitividad y productividad. Son palabras suficientes para una sociedad compleja, quién sabe. Es el sino de la globalización que no termina por despejar lo ominoso apocalíptico.

Antes de 1914, la civilización occidental se sentía en un mundo feliz, en el cual la prosperidad era sólo cuestión de desearla (Testimonios de Benjamin, Roth y Sweig consideraban, incluso, que los judíos tenían en Europa su mejor ambiente de asimilación cultural) La primera guerra mundial, la crisis económica de 1929 y el ascenso de fascismo que llevó a una segunda guerra, cimbraron las certidumbres de capitalismo. Lo que vino después fue la formación de dos bloques ordenadores del concierto de las naciones: el pronorteamericano y el prosoviético. Para bien, la guerra fría y el Estado del Bienestar dieron un nuevo impulso a la civilización moderna.

Según Norbert Elías (El proceso de la civilización, FCE, 1987) el desarrollo de las sociedades en su condición de civilización moderna es observable bajo la formación del Estado nacional en aptitud legal de utilizar la fuerza, cobrar impuestos y generar una balanza de poder entre las clases sociales mediante compensaciones que hacen la vida en paz.



Considerando esta esquematización, exponiendo a título personal, la civilización presenta signos de deterioro dentro del proceso de globalización, acercándose a formar una época post-civilizatoria. Empezando por la desnivelación entre los Estados. Unos se afirman con el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la industria militar intimidatoria de otros Estados. Por el contrario, existen los Estados cuya mejor divisa son sus recursos naturales, sin la capacidad de contener a la población que prefiere migrar. Estados que no deciden del todo sus políticas, sino que funcionan como una especie de protectorado (Viviane Forrester, Una extraña dictadura, FCE, 2000) sometidos a las directrices de agencias financieras como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, también de organismos como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y la Organización Mundial de Comercio.



Otro punto de deterioro de la civilización se está dando cuando el control y dominio sobre la naturaleza en su deriva de contaminación, desertificación y deforestación, afectando la producción de alimentos y haciendo a los fenómenos naturales más devastadores.

Y el desafío de lograr que el individuo haga lo que la convivencia social norma. El tema del autocontrol nulificado cuando se hace cotidiana la violencia criminal, se extiende la violencia intrafamiliar y se incrementan las adicciones a estimulantes.

Se trata de una debacle civilizatoria impulsada por una globalización que enaltece las finanzas especulativas en detrimento del contenido material de la economía: producción, trabajo y recursos naturales.

Por eso vale poner la esperanza de por medio fincada en la virtud de esperar, pues sí hay más allá del economicismo dogmático que exhiben las reformas. Un renacimiento del civismo constructivo o el encumbramiento del cinismo predador. El silencio de la publicidad oficial es escalofriante ante la disyuntiva planteada.


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