Para los efectos de la sociedad moderna, se
trata del tiempo en el que el civismo ha dejado de funcionar como el valor que
nos resguarda en la convivencia social laica y nos aleja de la violencia,
reducida a eventos esporádicos. Nada al respecto nos menciona el proceso
reformador en acción, que se limita a perorar tres palabras: inversiones,
competitividad y productividad. Son palabras suficientes para una sociedad
compleja, quién sabe. Es el sino de la globalización que no termina por despejar
lo ominoso apocalíptico.
Antes de 1914, la civilización occidental se
sentía en un mundo feliz, en el cual la prosperidad era sólo cuestión de
desearla (Testimonios de Benjamin, Roth y Sweig consideraban, incluso, que los
judíos tenían en Europa su mejor ambiente de asimilación cultural) La primera
guerra mundial, la crisis económica de 1929 y el ascenso de fascismo que llevó
a una segunda guerra, cimbraron las certidumbres de capitalismo. Lo que vino
después fue la formación de dos bloques ordenadores del concierto de las
naciones: el pronorteamericano y el prosoviético. Para bien, la guerra fría y
el Estado del Bienestar dieron un nuevo impulso a la civilización moderna.
Según Norbert Elías (El proceso de la
civilización, FCE, 1987) el desarrollo de las sociedades en su condición de
civilización moderna es observable bajo la formación del Estado nacional en
aptitud legal de utilizar la fuerza, cobrar impuestos y generar una balanza de
poder entre las clases sociales mediante compensaciones que hacen la vida en
paz.
Considerando esta esquematización, exponiendo
a título personal, la civilización presenta signos de deterioro dentro del
proceso de globalización, acercándose a formar una época post-civilizatoria.
Empezando por la desnivelación entre los Estados. Unos se afirman con el
desarrollo de la ciencia, la tecnología y la industria militar intimidatoria de
otros Estados. Por el contrario, existen los Estados cuya mejor divisa son sus
recursos naturales, sin la capacidad de contener a la población que prefiere
migrar. Estados que no deciden del todo sus políticas, sino que funcionan como
una especie de protectorado (Viviane Forrester, Una extraña dictadura, FCE,
2000) sometidos a las directrices de agencias financieras como el Banco Mundial
y el Fondo Monetario Internacional, también de organismos como la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico y la Organización Mundial de
Comercio.
Otro punto de deterioro de la civilización se
está dando cuando el control y dominio sobre la naturaleza en su deriva de
contaminación, desertificación y deforestación, afectando la producción de
alimentos y haciendo a los fenómenos naturales más devastadores.
Y el desafío de lograr que el individuo haga
lo que la convivencia social norma. El tema del autocontrol nulificado cuando
se hace cotidiana la violencia criminal, se extiende la violencia intrafamiliar
y se incrementan las adicciones a estimulantes.
Se trata de una debacle civilizatoria
impulsada por una globalización que enaltece las finanzas especulativas en
detrimento del contenido material de la economía: producción, trabajo y
recursos naturales.
Por eso vale poner la esperanza de por medio
fincada en la virtud de esperar, pues sí hay más allá del economicismo
dogmático que exhiben las reformas. Un renacimiento del civismo constructivo o
el encumbramiento del cinismo predador. El silencio de la publicidad oficial es
escalofriante ante la disyuntiva planteada.
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