Enrique
Peña Nieto es consciente de la fuerza de la palabra. Durante su campaña por la
presidencia de la república se dedicó a firmar compromisos ante notario. La
misma estratagema aplicada durante su campaña para gobernador del Estado de
México. Si en este momento se busca en el portal de la presidencia o en el del
Partido Revolucionario Institucional, un micrositio encargado de almacenar y
dar seguimiento a los compromisos mencionados, déjenme decirles que no lo
encontré. Sería saludable, por voluntad de quien hoy ostenta la más alta
investidura de autoridad, abrir esa fuente de información. En la mayoría de los
compromisos firmados no debe haber dificultad para su cumplimiento, pues sólo
se requiere de asignación y ejecución presupuestal.
Parece
una ociosidad de mi parte, la campaña es cosa del pasado, frente a la
actualidad de las once reformas estructurales alcanzadas durante el curso del
primer tercio del sexenio peñanietista. Eso se puede advertir nada más admirando
las toneladas de propaganda lanzada a los ciudadanos para que no quede duda de
la gran transformación legal que todavía no realiza su promisorio cumplimiento.
Eso lleva tiempo.
Pero la
propaganda no se detiene, la prudencia no tiene espacio, menos cuando ya se han
retirado buena parte de los obstáculos que han frenado el crecimiento de
México. Obstáculos que, por cierto, fueron instituidos por los Constituyentes
de 1917 y los Generales Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas del Río. Y
quién quiere acordarse de eso frente a los incontenibles pasos hacia la
modernidad ¿De Don Porfirio Díaz?
En cuanto
a la propaganda no se escatima. El lunes 18 de agosto se difundió una
entrevista en la que el presidente Peña Nieto enfrentó, es un decir comedido, las
preguntas de seis periodistas http://www.fondodeculturaeconomica.com/. Informativamente fue un parte sin novedad. Un
esquema de entrevista diseñado para el desempeño performativo del Presidente,
lo dicho hay que considerarlo como hecho. Es una actuación. Lo cual no es
motivo de alegría y de sosiego, si se toma en cuenta que el perfomance es una forma de comunicación gubernamental
que no tiene una buena relación con la rendición de cuentas. Es modelo de
gobiernos opacos, como el de Vicente Fox y Felipe Calderón.
Cuando se
atrevieron a cuestionarle sobre la corrupción, la osadía fue respondida con
gélida respuesta: es un problema cultural. Efectivamente, es cierto, se trata
de un problema cultural, lo que no implica asumirlo como una fatalidad. Pues si
es así ya se fastidiaron las reformas. Entendámonos, la cultura también
significa una construcción de estructura social, la que a fin de cuentas
contribuye a la conducción deseada por el gobernante de la economía y la
política. Eso no se puede ignorar, aunque la ignorancia tenga el tufo del
desprecio. Se entiende por qué no se propuso una reforma cultural. Por dos
razones: estaba fuera del alcance del gobierno y no la consideraron necesaria.
Pero sin ella es imposible mover a México. Vaya contradicción.
El
conjunto de las reformas celebradas se dispusieron discursivamente en un
silogismo virtuoso: Hay reformas / luego entonces lloverán inversiones / y así
se logrará el postergado crecimiento. En su abstracción pura el silogismo es
impecable, lástima que la realidad sea tan compleja y no se complazca
fácilmente con la falacia de un silogismo aislado, resultado de un acto de
autoridad.
Cómo
demostrar que la propaganda oficial quedará virtuosamente asentada en la
realidad. El procedimiento no es complicado: Primero, considerar los continentes
de la realidad con los cuales contrastar las reformas. Para no ser exhaustivo y
en riguroso orden alfabético escogería cuatro temas: medio ambiente, pobreza,
salud y seguridad; luego, definir los indicadores respectivos que den cuenta de
su evolución estadística; enseguida periodizar los temas a medir: 1982-fin del
régimen de la Revolución Mexicana, 2000-el influjo de los tecnócratas en el
primer tramo reformador, 2012-la docena blanquiazul y 2018, la expectativa
prospectiva de Peña Nieto.
Eso es
informar a la gente, actuar democráticamente, no abrumarla con propaganda.
La
juntura entre palabra, acción y hechos no es fácil. Decirlo tampoco. Nada más
adelanto algunas consideraciones de Agamben en la citación del título.
“Lo que
quisiéramos sugerir aquí es que cuando…el lenguaje apareció en el hombre, lo
problemático no pudo haber sido sólo…el aspecto cognitivo entre significante y
significado que constituye el límite del conocimiento humano. Igualmente y
quizás aun más decisivo debe haber sido, para el viviente que se descubrió hablante,
el problema de la eficacia y la veracidad de su palabra; es decir, qué era lo
que podía garantizar el nexo original entre los nombres y las cosas, y entre el
sujeto que ha devenido hablante –y, por tanto capaz de afirmar y prometer- y
sus acciones. A raíz de un prejuicio tenaz, quizás ligado a su profesión, los
científicos siempre han considerado la antropogénesis como un problema de orden
exclusivamente cognitivo; como si el devenir humano del hombre fuese sólo una
cuestión de inteligencia y volumen cerebral y no también de éthos; como si la inteligencia y el
lenguaje no plantearan, ante todo, problemas de orden ético y político” p. 105.
“Por un
lado se halla ahora el viviente, cada vez más reducido a una realidad puramente
biológica y a una vida desnuda; y por otro lado, el hablante, separado
artificiosamente de él, a través de dispositivos técnico-mediáticos, en una
experiencia de la palabra cada vez más vana, a la que no puede hacer frente y
en la que algo como una experiencia política se vuelve cada vez más precario.
Cuando el nexo ético –y no simplemente cognitivo- que une las palabras, las
cosas y las acciones humanas se quiebra, se asiste en efecto a una
proliferación espectacular sin precedentes de palabras vanas por un lado y, por
otro, de dispositivos legislativos que tratan obstinadamente de legislar cada
aspecto de aquella vida que ya no parecen poder capturar” p. 109.
*Desde el parágrafo 14 al 18,
Giorgio Agamben explora el nexo entre la palabra comprometida y la maldición
política que trae consigo el incumplimiento en la Antigüedad Clásica –Grecia y
Roma. (Ver El Sacramento del lenguaje,
Adriana Hidalgo Editores, 2008) El tema nos puede parecer remoto, no creo que
sea así. Muy comprobable con la existencia de los ex presidentes. En México
nadie los quiere. El que se había salvado, Lázaro Cardenas, ha sido derribado
de su pedestal por Enrique Peña Nieto.
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