“Tenemos
que mover este país en una nueva dirección, cambiar nuestra manera de mirar las
cosas, crear una mentalidad completamente nueva.” Margaret Tatcher*
En los
medios escritos se ha perfilado un debate sobre la consulta ciudadana. Un mecanismo
de democracia directa aun sin ejercerse por parte de la ciudadanía. El motivo
son tres propuestas. La primera en su publicitación proviene de la izquierda.
Es una consulta para revocar la reforma energética que ha dividido al país. Por
separado, el Partido de la Revolución Democrática y el partido recién
autorizado, Movimiento de Regeneración Nacional, promueven esta consulta; la
segunda consulta en proceso es una propuesta del Partido Acción Nacional y se
refiere al incremento del salario mínimo. Aquí la cuestión es cuanto resuelve
un aumento al salario mínimo sin modificar las bases de la economía
ultraliberal que opera sobre la precariedad del trabajo y la depresión de los
salarios. Ya los empresarios amenazan succionar un eventual aumento al mínimo;
y la tercera, que proviene del Partido Revolucionario Institucional y se
refiere a la eliminación de los legisladores plurinominales en el Congreso.
Esta consulta ha sido vapuleada técnicamente por el Instituto Nacional
electoral. La verdad es que la justificación que hace el PRI es perezosa, se
limita a un ahorro en el costo del Congreso. Parece que César Camacho quiere
congraciarse con la clase media reaccionaria, que sólo ve en los legisladores
una partida de corruptos, holgazanes y sibaritas.
Independientemente
de las consultas por realizar en el 2015, las elecciones federales de ese mismo
año ya se perfilan como un plebiscito de la gestión de Enrique Peña Nieto y las
reformas. Se abre la perspectiva de una calificación rotunda al proyecto del
Presidente, una afirmación o un no.
La cita
que abre este artículo ya nos sugiere una idea del thatcherismo criollo que en
México se impulsa y viene arrasando. Si nos fijamos en la legislación de las
reformas, a excepción de la fiscal que no consiguió el apoyo empresarial, el
guion de la contrarrevolución inglesa iniciada en 1979 en Gran
Bretaña, ha sido agenda del gobierno de Peña Nieto. Lo que tanto se ha dicho
sobre las reformas que México requiere –requería- no es otra cosa que poner las
cosas a modo de los inversionistas. Eso ha puesto el imperativo de generar
empleo precarios –cuando se generan- y mal pagados, así como la modificación a
la baja de las conquistas laborales. Se pasan por alto dolorosas consecuencias:
incremento de la delincuencia, farmacodependencia al alza y desintegración
familiar. Lo que omite el paquete de reformas, éste y las que le precedieron en
el tenor tecnocrático.
Esta es la parte del espejo inglés que aquí en México se empaña. Para no dejar dudas sobre el modelo
de las reformas requeridas, una estimación sobre la pobreza en Gran Bretaña:
“Menos de cinco millones de personas vivían en la pobreza en vísperas de la
contrarrevolución de Tatcher, es decir, menos de uno de cada diez británicos.
Hoy, la pobreza afecta a 13.5 millones de personas, es decir, más de una de
cada cinco”
Lo que es
difícil de asimilar es cómo el modelo ultraliberal puede ser virtuoso cuando se
implanta en sociedades que cargan previamente con una desigualdad social
extendida.
El espejo
inglés también se encuentra en la decapitación ideológica en una misma
formación política. Tony Blair y el Partido Laborista simplemente se
desentendieron de su identidad con la clase trabajadora y continuaron el
thatcherismo. Hoy en México, Enrique Peña Nieto decapitó ideológicamente al
PRI. Lo que no lograron otros distinguidos personajes. No se vayan a reír, pero
Miguel de la Madrid todavía se declaró nacionalista revolucionario; Carlos
Salinas de Gortari, infructuosamente trató de imponer el liberalismo social; a
Ernesto Zedillo no le importó. Ahora en el PRI hasta se sienten orgullosos de
que parte de las reformas sean reconocidas por Gabriel Zaid y Jesús
Silva-Herzog Márquez, a según lo dijo su presidente.
Frente al
espejo inglés, las reformas tienen que remontar en cuesta arriba casi vertical
los rezagos sociales y la corrupción. Por lo mismo, las próximas elecciones
federales serán un plebiscito que nos dirá qué tanto es aceptado o no el
thatcherismo criollo.
*Para este artículo me apoyo en
el libro de Owen Jones, del cual hice recomendación en mi muro de Facebook, CHAVS. La demonización de la clase obrera,
Capitán Swing Libros, 2013. Las citas provienen de esa fuente.
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