“a medida que los negocios, la política y la diplomacia se tornan más salvajes y belicosos, los hombres buscan su refugio en la vida privada, en las relaciones personales, sobre todo en la familia, el último refugio de amor y decencia.”
Christopher Lasch
“En toda sociedad explotadora, la
familia refuerza el poder real de la clase dominante, proporcionando un esquema
paradigmático fácilmente controlable para todas las instituciones sociales.”
David Cooper
Aquí, una reflexión de fin de
año.
Mucho es lo que se ha discutido
en estos tres años de verdadera alternancia. La intensidad de los intereses
expuestos derrumba ideologías que se consideraron imperecederas. Para bien, parece que se han agotado los
espacios para incrementar la desigualdad y la injusticia. Sólo parece pues
faltan consolidar las estructuras que hagan de la inclusión su eje, ese es el desafío.
No es cuestión de especificar leyes, programas, orientación económica o de
convocatorias electorales. Eso y algo más.
Son los casos de la violencia
intrafamiliar contra las mujeres y los infantes, la desaparición de personas y
el trafique de migrantes. Realidades que tienen como pivote la familia
desarticulada, la que se contrapone a la familia solidaria en exceso
idealizada. Oficialmente está constatado que la violencia intrafamiliar es el
núcleo dominante de la agresión contra mujeres y niños. Falta por constatar
oficialmente la condición familiar de las personas desaparecidas, si fueron
previamente excluidas de esa célula. Es claro, en el caso de los migrantes, la
impotencia del núcleo familiar para contener la decisión migratoria incluso
llega a promover esa opción, enviar a los hijos a buscar otros horizontes de
sustento que el suelo patrio les niega.
Es una complejidad micro y sutil
pues las mismas familias patológicas ocultan o ven normales sus desavenencias,
por tal condición son invisibilizadas y quedan al margen, cuando deberían
estar en el centro de la preocupación de la sociedad y del gobierno. La pandemia puso los ojos en este drama.
Es el momento de movilizar
aparatos y recursos gubernamentales desde la secretaría de salud a través de la
agencia del desarrollo integral de la familia, de la SEP por medio de la
subsecretaría de educación básica y la SG desde la subsecretaría de derechos
humanos. No afirmo que no se esté haciendo nada. Considero, sí, la necesidad de
incrementar la colaboración de las dependencias gubernamentales y su
correspondiente difusión en el ingente trabajo de la prevención. Humanamente es
más relevante que informar sobre los precios de las gasolinas o acerca de las
mentiras que bombardean diariamente a la 4T.
Lo que ocurre en muchas familias
es un drama que no alcanza a revelar la estadística, pero que hace la
diferencia entre la desdicha y la gracia. Sobre todo, cuando el temor de dios
ya no opera como regulador moral. Peor aún, cuando con el permiso de dios todo
está permitido. Un drama que tiene sin cuidado a la gestión empresarial de la economía,
pero que es ineludible atender para el gobierno. Estaría bien una sección en
las mañaneras de quién es quién en la represión intrafamiliar.