Dos diarios contrapuestos en su
contenido editorial, se identifican al poner como la nota más relevante la
declaración conjunta del Partido Acción Nacional y el Partido de la Revolución
Democrática. La amenaza o el aviso de actuación común de ambos partidos se
registra en La Jornada como: Denunciarán
PAN y PRD al PRI por lavado en campaña; La Razón de México ofrece la siguiente redacción: PAN y PRD unen sus reclamos contra el
ganador.
Como la vía de la legislación
electoral no les complace, PAN y PRD se disponen a recurrir a la Procuraduría
General de la República pues el Instituto Federal Electoral no está a modo para
cumplir sus caprichos. No hay fundamento legal firme en la amenaza, el objetivo
es mantener con aliento mediático a una causa perdida: las aspiraciones
presidenciales de Andrés Manuel López Obrador (No queda claro para mi cuál es
el juego de Gustavo Madero para sumarse a esa causa) AMLO no quiere reconocer
que perdió en el veredicto de las urnas, en un proceso en el cual todos los
participantes estuvieron de acuerdo hasta que se dio el resultado final.
Resultado amplio y diferenciado que le dio al PRI la Presidencia y le encareció
la formación de una mayoría absoluta en el Congreso.
López Obrador está molesto y
quiere que la ciudadanía haga propia su molestia, unos la harán suya, no
muchos. En el Tabasqueño hay una molestia infantil, del primogénito que se
niega a compartir el afecto de sus padres con sus hermanos. Es él o es él. No
hay legalidad que valga frente a ese remoto hecho traumático. Por eso ha
intentado urdir el lío poselectoral, con argumentos que no hacen prueba y hasta
ha llegado a ofender a quienes no le concedimos preferencia.
Ahora resulta que sólo él es el
demócrata, el progresista, sólo a través de él se dará de una nueva era de
desarrollo con justicia. En el decreto íntimo de López Obrador no tenemos más
opción que su guía. Afortunadamente su palabra no es ley, aunque forme grey, la
realidad es diversa y no está dispuesta para ser asiento de su necedad. En su
análisis no cabe el avance alcanzado por la izquierda en estas elecciones,
tampoco repara en la salida de la derecha que mal gobernó durante estos doce
años.
El primero de diciembre, Enrique
Peña Nieto asumirá la responsabilidad como presidente de la república porque
obtuvo el mayor número de sufragios de los que en lo individual obtuvieron sus
adversarios. Le tocará reconstruir un país fragmentado por una serie de
reformas de las que también es responsable su partido y sus gobiernos. A Peña
Nieto le corresponderá formar los consensos posibles, evitando los lances de
líder providencial, para fundar un régimen de instituciones que sean garantía
de justicia y de contención de las desigualdades sociales, como el eje
para erradicar el fondo de la protesta social. Iniciará un nuevo gobierno y
desde el primer minuto funcionará el marcador de la rendición de cuentas pues
no se ve otra manera de significar el principio de un cambio.