La sucesión presidencial ha metido al país entero en un túnel cuya salida nos es incierta para la gran mayoría de los mexicanos. La (des)información política habla de los prospectos a suceder al actual presidente. Se finta con esbozar proyectos desde las formaciones políticas, de condenar la traición y la deslealtad ¡Válgame dios! También se insiste, desde el lado de las oposiciones, en señalar los errores de la actual administración. El perol recibe de todo, hasta a Javier Sicilia y sus tuiteros que exigen reforma política a los legisladores. Ausente está una revisión serena y seria de los resultados que como país hemos tenido en las últimas tres décadas, que en el 2012 completarán treinta años de neoliberalismo en México.
Desde las élites se insistirá en la realización de reformas legales que nos cambien hasta el modo de andar, los políticos propondrán programas que ahora sí resolverán ancestrales problemas, se estimarán presupuestos de gasto público dotados de más recursos que en el pasado. Salvar a la patria se vuelve oficio eterno ante la precariedad y el abismo en el que hemos vivido generación tras generación. La verdad, no habrá ley última, ni programa perfecto, ni presupuesto que alcance.
Salvar a la patria es salvar primero a los seres que se identifican con ella. Esto significa: realizar acciones para acabar con la pobreza; construir un sólo sistema de educación, pública de preferencia; hacer políticas públicas enfocadas en la formación de una ciudadanía completa, que no estén subordinadas a los humores del mercado; entonces recuperaremos la seguridad pública que se perdió al declarar la guerra al crimen organizado.
Esta gran transformación del orden público no provendrá de los políticos y sus partidos, de las grandes empresas o de los poderes fácticos. Se requerirá que desde segmentos de la ciudadanía se establezcan niveles de exigencia, de cumplimiento, a quienes son responsables de dirigir las instituciones y, en lo sucesivo, para quienes en el futuro se hagan responsables de dichas instituciones. No importa quién sea el candidato y el partido ganador de una elección, los objetivos, las metas están preestablecidas por la sociedad, son universales y los que resulten electos están obligados a realizarlas. De la no consecución, de su fracaso, la siguiente elección se hará cargo para retirarles la confianza ciudadana. Entonces los partidos estarán sometidos a una verdadera competencia, no la que hoy contemplamos en la avalancha de espots y de lodo lamentablemente proveído con millonarios recursos fiscales.
A México le aguarda una revolución que instaure la rendición de cuentas en las altas esferas de la sociedad.