viernes, 17 de marzo de 2017

El estremecimiento del paradigma triunfante

“la paradoja en que incurren los hebreos cuando adoptan un desastre colectivo como tiempo histórico de los orígenes, esa sumisión a Egipto, hipostasiada, junto a la liberación subsiguiente, en un sentido lineal de la historia”
León Poliakov

Si algo impulsó el llamado Consenso de Washington fue su convocatoria a las fronteras abiertas al comercio. Con Donald Trump se da un giro de 180° y la globalización se fractura por el eslabón ¡Mas fuerte! El paradigma triunfante se estremece y exhibe una asustadiza conciencia liberal, da rienda suelta a sus fantasmas en vez de hacerse la pregunta básica ¿Qué ha fallado?

En nuestra querida aldea, México, volvemos a tropezar con la misma piedra: la sucesión. No se lee esa batería de
plumas atajando la antiliberal ley de seguridad pública que se cocina en el Congreso; tampoco entretiene el lanzamiento administrativo -petardazo en el declive del sexenio- del nuevo modelo educativo; ni siquiera el descubrimiento horrendo de una fosa clandestina en un paraje denominado Colinas de Santa Fe, en el estado de Veracruz, conmueve con intensidad a los medios de comunicación. Nada de eso. Lo que anima y divide a la opinión publicada (incluidas las redes) es Andrés Manuel López Obrador. Se reciclan las consignas de peligro, de alarma, de nuevo se avista el populismo, el mesianismo.

En este batir de plumas proféticas sobre una posible catástrofe asociada a quien consideran Todopoderoso AMLO, no se detienen a cambiar de decodificador y poner sobre la mesa un debate real, humano, que no está contaminado por los miedos, eso creo, que ya se está dando en Occidente y lo pongo así, a manera de pregunta: ¿Es posible y necesaria la reconfiguración del Estado Benefactor? La pregunta no se admite desde el absoluto y fin de la historia del paradigma triunfante. La realidad no se antoja visible, ni audible. Bajo el paradigma ultraliberal, que por cierto también hace promesas e infunde esperanzas en demasía, se han multiplicado males, como la corrupción y la impunidad, considerados patente del Estado interventor. Todavía más exasperante, la explosión de la violencia delincuencial. Con humildad los impulsores del paradigma se deberían preguntar ¿En qué fallamos?


Ya sabemos, en mi querida aldea nadie se equivoca, si acaso se excusa un error de cálculo derivado de la metodología pero no de los responsables. Así hemos socavado la fe laica, que no es otra cosa que la confianza plena. En el gobierno, en el mercado, en los sistemas de seguridad y en el de educación. Nos hemos hecho desconfiados hasta de nuestra propia sombra.

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Las portadas de dos libros de Giordano Bruno que acompaña hoy a mi artículo son memoria de un debate sobre la dominancia eclesiástica entre católicos y protestantes. Bruno tiene la osadía de proponer un regreso al panteísmo, por eso fue condenado ante el tribunal de la Santa Inquisición. En el primer libro se lanza alegóricamente en contra del absolutismo de los papas, en el segundo concluye que la iglesia anglicana es la misma gata nada más que revolcada. Ambos representan la franca oposición del Nolano a los dogmas.

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