viernes, 21 de octubre de 2022

Cautela

Durante el año, Andrés Manuel López Obrador ha insistido: acabado mi mandato me retiro de la política. Qué seguirá, es convocatoria por leer en clave sucesoria. Con clarividencia se puede anticipar un traslado de poder a través de un gabinete que ya está operando a favor de Claudia Sheinbaum. No hay dedazo, sólo acomodos. Mal pensados.

Bien, si podemos abstraernos del futuro y sujetarnos al perfil de cuatro años de gobierno de AMLO, de ninguna manera una evaluación, debería quedar claro lo siguiente.

Estamos viviendo la experiencia de un gobierno reformista, uno más como ha habido en el mundo. Esto es, se propone la reforma del sistema. Por sobre la retórica antineoliberal que caracteriza al gobierno, no hay indicios de que se trate de un gobierno anticapitalista. El talante reformador pacifista, parecido al político laborista Clement Attlee (1883-1967), es distinto al de la izquierda revolucionaria que se pronuncia por los medios violentos para realizar cambios. Abran los ojos y guarden sus estampitas de Lenin, Stalin y Trotsky.



Algo que parece tan sencillo no lo es por varias razones.

Primero, la natural ambición de los partidos de oposición por recuperar posiciones perdidas en los estados y en los congresos. Léase negocios.

Añádase.

Existen grupos empresariales como el de Monterrey y el corporativo Bimbo, hiperideologizados. Conciben el absoluto del libre comercio que desde que se implantó en el siglo XIX ha enfrentado rechazos, primero de parte de los gremios artesanos, después por las organizaciones de asalariados. En el siglo XX, el libre comercio desató confrontaciones entre estados nacionales, dos guerras mundiales. Al final de la segunda guerra, el capitalismo atenuó la filosofía librecambista, alcanzó una era dorada cuando aceptó que la economía no se sostenía por la sola operación de la oferta y la demanda. Ese aprendizaje fue cancelado por la retórica monetarista.

Existen grupos de estatus como los intelectuales y asimilados, para quienes el Estado operó como Ogro filantrópico. No les ha gustado que el gobierno priorice a sectores de la población por su condición de edad, por su actividad en el campo o por alguna discapacidad. Para ellos se trata de populismo, lo que en sentido estricto es reformismo.

Existe el grupo de los políticos y sus cuates, acostumbrados a beneficiar su acumulación de riqueza desde la ubre pública, obviando la rudeza de la competencia. Empresas dedicadas a la infraestructura, a la proveeduría de medicamentos o cualesquier bien o servicio apalancado por las influencias, el caso de las empresas de las tecnologías de la información. La incontinencia de la corrupción.

Desde este conglomerado de grupos se difunde la inminencia del comunismo. Viven una experiencia apocalíptica que quisieran contagiar, lo logran hasta cierto punto. No se sienten integrados, de ahí que perciban vehementemente la polarización en carne propia.

Por su parte, el movimiento de la 4T en su versión fundacional o de parteaguas, tiende a difundir la especie de que los cambios son irreversibles, sin detenerse a considerar que apenas se ha iniciado un largo camino de transformación. Sin precaverse de que las anteriores transformaciones, pese a sus altos ideales, no cambiaron la estructura desigual de la sociedad. Por eso es importante destacar los universales que deben prevalecer independientemente de las siglas partidistas. Educación pública y gratuita, sistema de salud universal, justicia sin discriminación y una ética basada en la alteridad.

Al final del sexenio, llegará el momento de evaluar la educación, la salud, el sistema de justicia y la constitución moral, al margen de los mantras que proclaman el alfabetismo político, la revolución de las conciencias y el pueblo bueno.

 

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