Durante el año, Andrés Manuel
López Obrador ha insistido: acabado mi mandato me retiro de la política. Qué seguirá,
es convocatoria por leer en clave sucesoria. Con clarividencia se puede
anticipar un traslado de poder a través de un gabinete que ya está operando a
favor de Claudia Sheinbaum. No hay dedazo, sólo acomodos. Mal pensados.
Bien, si podemos abstraernos del
futuro y sujetarnos al perfil de cuatro años de gobierno de AMLO, de ninguna
manera una evaluación, debería quedar claro lo siguiente.
Estamos viviendo la experiencia
de un gobierno reformista, uno más como ha habido en el mundo. Esto es, se
propone la reforma del sistema. Por sobre la retórica antineoliberal que
caracteriza al gobierno, no hay indicios de que se trate de un gobierno
anticapitalista. El talante reformador pacifista, parecido al político
laborista Clement Attlee (1883-1967), es distinto al de la izquierda
revolucionaria que se pronuncia por los medios violentos para realizar cambios.
Abran los ojos y guarden sus estampitas de Lenin, Stalin y Trotsky.
Algo que parece tan sencillo no
lo es por varias razones.
Primero, la natural ambición de
los partidos de oposición por recuperar posiciones perdidas en los estados y en
los congresos. Léase negocios.
Añádase.
Existen grupos empresariales como
el de Monterrey y el corporativo Bimbo, hiperideologizados. Conciben el
absoluto del libre comercio que desde que se implantó en el siglo XIX ha
enfrentado rechazos, primero de parte de los gremios artesanos, después por las
organizaciones de asalariados. En el siglo XX, el libre comercio desató
confrontaciones entre estados nacionales, dos guerras mundiales. Al final de la
segunda guerra, el capitalismo atenuó la filosofía librecambista, alcanzó una
era dorada cuando aceptó que la economía no se sostenía por la sola operación
de la oferta y la demanda. Ese aprendizaje fue cancelado por la retórica monetarista.
Existen grupos de estatus como
los intelectuales y asimilados, para quienes el Estado operó como Ogro
filantrópico. No les ha gustado que el gobierno priorice a sectores de la
población por su condición de edad, por su actividad en el campo o por alguna
discapacidad. Para ellos se trata de populismo, lo que en sentido estricto es
reformismo.
Existe el grupo de los políticos
y sus cuates, acostumbrados a beneficiar su acumulación de riqueza desde la
ubre pública, obviando la rudeza de la competencia. Empresas dedicadas a la infraestructura,
a la proveeduría de medicamentos o cualesquier bien o servicio apalancado por
las influencias, el caso de las empresas de las tecnologías de la información.
La incontinencia de la corrupción.
Desde este conglomerado de grupos
se difunde la inminencia del comunismo. Viven una experiencia apocalíptica que
quisieran contagiar, lo logran hasta cierto punto. No se sienten integrados, de
ahí que perciban vehementemente la polarización en carne propia.
Por su parte, el movimiento de la
4T en su versión fundacional o de parteaguas, tiende a difundir la especie de
que los cambios son irreversibles, sin detenerse a considerar que apenas se ha
iniciado un largo camino de transformación. Sin precaverse de que las
anteriores transformaciones, pese a sus altos ideales, no cambiaron la
estructura desigual de la sociedad. Por eso es importante destacar los
universales que deben prevalecer independientemente de las siglas partidistas.
Educación pública y gratuita, sistema de salud universal, justicia sin
discriminación y una ética basada en la alteridad.
Al final del sexenio, llegará el
momento de evaluar la educación, la salud, el sistema de justicia y la
constitución moral, al margen de los mantras que proclaman el alfabetismo
político, la revolución de las conciencias y el pueblo bueno.