jueves, 29 de marzo de 2012

La víspera




A horas, a minutos de que empiecen las campañas por la Presidencia de México, legalmente reconocidas por el Instituto Federal Electoral. Una travesía de tres meses para que se muestren los que quieren ser capitanes de este navío.


Enrique Peña Nieto arranca como favorito, se ha preparado como ninguno para comunicarse en los medios con mayores audiencias, radio y TV, en la posibilidad de ser más identificado por la ciudadanía hacia el momento decisivo de las urnas. Se dice que misiles de Los Pinos están orientados para estallar la campaña del mexiquense. Tal dicho, de materializarse, le saldrá contraproducente a su ejecutor, quien se verá abusivo y, en consecuencia, reforzará el convencimiento más que generalizado de que ya estuvo suave de doce años de gobiernos panistas. Felipe Calderón hizo aborrecibles a los panistas (A quién se le ocurrió ese monumental acarreo del miércoles en el Auditorio Nacional que no le aportó nada para una mejor valuación de la administración que va de salida)


Para EPN le espera una definición de contenidos, que si son los que adelantan Luis Videgaray y Carlos Carstens estaremos en el umbral de la mediocridad telenovelizada.


Andrés Manuel López Obrador lleva una larga marcha en la que no se ha cansado en señalar la pobreza y la desigualdad social como los males de México. Consistente y con una generación muy bien definida tras de sí, continuará con su movilización por tierra con un proyecto de contraste al neolibelarismo que padecemos. En ese sentido sí es una alternativa, pero no varios de los personajes que alternan con él.


Josefina Vázquez Mota está trabada por el verdadero jefe del PAN, Felipe Calderón. Su desgaste es superior y la sobreactuación para arreglar sus últimos deslices mediáticos la muestran actoralmente limitada, sin unidad de personaje ¿Es mesera, ama de casa o economista? En cuestión de semanas su presencia está hecha un batidillo.


Junto a esta tercia se yergue la figura del voto nulo, al cual no se puede descalificar si proviene de una sociedad agraviada y decepcionada, como la que representa Javier Sicilia y su movimiento.


Lo que no encuentro claro es si después de la elección federal del próximo verano se abra para México un camino de armonía, con mejores índices en la calidad educativa, con un retroceso admirable de las prácticas corruptas, con la sonrisa de la buena alimentación –sin saltarse comidas- y un medio ambiente bien cuidado, como lo dicta la ley. Un México con la confianza de que la ley es y se aplica para todos por igual. Donde el buen uso de los recursos públicos sea tan evidente que no requiera de la reiteración de spots, ni de mayor propaganda oficial.  


Nos esperan tres meses de pesadilla, bostezo o insomnio, de extravagancias y desproporciones a las cuales sobrevivir para un nuevo despertar. Como antídoto vale refugiarse en los momentos personales, familiares, que nos resulten realmente dichosos y sin daños a terceros.

  

lunes, 26 de marzo de 2012

Un Vicario derrotado





Estamos en un debate resuelto en el siglo XIX, el de la separación de la Iglesia del Estado y hasta parece ocioso hablar de ello. Es una realidad que la Iglesia Romana se ha medito en la agenda nacional y se soslaya el consenso de que las cuestiones de fe son de índole privado. No sólo eso, en México no existe discriminación oficial por pertenecer a tal o cual inclinación religiosa. Hete aquí que la visita de Joseph Ratzinger a Guanajuato, México, movió a los candidatos presidenciales a hacer acto de presencia en un evento multitudinario. Si tenían interés en contactar al Jefe de la Iglesia hubieran solicitado un encuentro privado y ya. Tengo la sospecha de que no los movió la atracción del voto de los católicos, que en México no se da en bloque, sino el de salir en la foto, aparecer en la televisión, hacer campaña durante la veda. La imagen también es mensaje. Después de todo, la disputa por la presidencia se dará principalmente en los medios electrónicos (los partidos como modelo de comunicación están rebasados)


No sé ustedes, pero a mí la visita de Benedicto XVI a El Bajío dejó la imagen de un Sumo Pontífice ensimismado, levitando, sin contacto emocionado con la congregación católica más grande de habla hispana. El Vicario de Jesucristo, “quien tiene las veces de Cristo en la Tierra”, se vio derrotado. Cargar una historia milenaria no es fácil, sobre todo cuando esa historia se construyó con una escala de valores, de valores universales, es decir que no son monopolio o exclusividad de religión o iglesia, que ha sido puesta en entredicho por la jerarquía eclesiástica.


El pregonar la pureza y ser parte de la mundanidad es una actuación que requiere de histrionismo en el mejor de los casos o, si se quiere, vivir en la condición patológica de la esquizofrenia. Hay un punto en el que todo aquel que se dice representante de la iglesia católica no puede despreciar la transparencia pues no están hechos de una pasta diferente al común de los mortales. Bien sabido es que para estos jerarcas una cosa son los votos de pobreza y otro muy distinta es la ostentación de riquezas, de bienes materiales. Una cosa son los votos de castidad y otra los apetitos de la carne, que no les son ajenos y no pocas veces retorcidos, como lo es la práctica de la pederastia.


No es cosa nueva, el contrapunto es que este país, México, recibió a un Papa de Roma en el 1979. Juan Pablo II renovó esperanzas ante una feligresía que ya se mostraba frustrada por los logros de la revolución mexicana orgullosamente laica. El llamado de la fe aparecía como una propuesta fresca para muchos, si es que se puede hablar de frescura cuando tres milenios de historia cristiana contemplan a la humanidad.


El reencuentro popular en la calle y con las autoridades civiles, de la cabeza de El Vaticano, creó la ilusión de que la justicia divina haría de México un mejor país. 33 años después la fisonomía social del país es más desigual, infestada de violencia por parte de quienes son benefactores económicos de la Iglesia, los narcotraficantes. La doctrina decae por la insistencia en el dogma de la superioridad de la Iglesia sobre el poder civil, entrometiéndose indebidamente en lo que es propio del poder público. La doctrina decae ante su utilización instrumental, mágica, hechicera con la que deriva la práctica religiosa y que tiene su mayor ejemplo en la Santa Muerte. Tan santa que hoy por el país se esparce un reguero de cadáveres.


Es muy otro país, dolorido, dividido, desencaminado de la solidaridad y la acción colectiva. Un país donde las rutas del mercado y del entretenimiento no son la ruta de la fe y no tienen por qué serlo, pero sí la contradicen y la Iglesia no tiene la fuerza para modularlas y llevarlas al redil de la fe.  El dinero y el espectáculo también son factores de su decadencia, pues la capacidad de adaptación que ha mostrado la Iglesia a lo largo de los siglos la aleja cada vez más de sus orígenes.


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