En mayo recién, el presidente de
los Estados Unidos Donald Trump realizó su primer viaje oficial, el cual ha
servido para dos cosas: una, avergonzar a su pueblo por mostrar el talante pueril
de su diplomacia al danzar Trump con la patriarcal nobleza saudita; dos, durante
su paso por Europa Trump fue a zarandear el portal del Consenso de Washington, el escaparate desde el cual se vendió la
globalización afirmada en los intercambios comerciales, base del entendimiento
político entre los países.
Ha irrumpido el nacionalismo para
decir que no estaba muerto, nada más apocado. Se pone en riesgo la frágil
coexistencia multicultural, la globalización inconclusa muestra fatiga. En los
países a la cola del proyecto se padecerá la retracción hacia el nacionalismo,
su rebrote en versiones beligerantes conducidas por el odio, sí y sólo si, no
revisan las transformaciones ocurridas en las últimas décadas. Dejar de pensar
la coyuntura absorbente y meditar con visión histórica la liberalización de
entre siglos. De preocupar, por ejemplo, como bajo un orden que se presume
liberal el insulto, el odio, el desprecio, son el cobre que enseñan las
campañas electorales.
Por qué está en peligro el atrayente
orden liberal en México. Primero, no había liberales para encabezar el
reformismo liberal. Las reformas no fueron conducidas por liberales, fueron
tahúres procedentes de la política tradicional unos, formados en el ABC de la
tecnocracia otros, azuzados por empresarios que crecieron al calor de los
favores del poder político, pero no del libre comercio; segundo, por extensión,
la inexistencia de una sociedad liberal. Lo que había era una sociedad
regimentada por las corporaciones gremiales, la cual se transformó, hasta
cierto punto, en una sociedad consumista y hedonista -nunca liberal- malnutrida
en las migajas de la superación personal y consagrada ahora en el
exhibicionismo que se facilita en las redes sociales.
El resultado, el producto, lo que
es el liberalismo realmente existente (al modo como hubo un socialismo
realmente existente, de grandes expectativas no realizadas) en México se ha
realizado el liberalismo vandálico, al que se asocian funcionarios, altos y de
medio pelo, que ordeñan los recursos públicos en su beneficio o condicionan el
acto de autoridad por una suma de dinero adicional a la estipulada o en contra
de su gratuidad establecida; también están asociados lo empresarios que pactan
negocios con el gobierno al margen de la competencia real, de empresarios que
depredan los recursos naturales, de empleadores que sobrexplotan a sus trabajadores,
despojando de dignidad alguna el ejercicio del trabajo asalariado; en este
concierto de los vándalos no puede faltar el crimen organizado, para conformar
con ello el perro de tres cabezas que alienta y cuida nuestro liberalismo
realmente existente.