Cada reforma que modifica arreglos establecidos, se consagra en acuerdos y está sometida a procedimientos legislativos. No es un Golpe de Estado, tampoco una revolución, es una forma de redistribuir poder en santa paz. Izquierda y derecha se dan por satisfechas, aunque a los empresarios les parezca poca reforma la de PEMEX, aunque la resistencia pacífica considere que hay una rendija que no clausura en definitiva el propósito privatizador.
En los hechos, después de muchos años, los políticos ganan una en la disputa elitista que mantienen con los empresarios por el dominio de la riqueza de la nación. Han ganado los políticos para mantener su derecho a decidir sobre el aprovechamiento de los hidrocarburos. La oposición lopezobradorista contuvo las ambiciones de la iniciativa privada sobre tan preciado recurso.
Lo que está por corroborar la Cámara de diputados la semana entrante es un ajuste a la gestión de la paraestatal, pero no está demostrado en qué beneficiará a los que menos tienen. Después de todo, el antiguo arreglo tenía empresas privadas beneficiadas, que lucraban al amparo de PEMEX, desde el añejo contratismo a los Pidiregas. Y la reforma por concluir seguirá consintiendo a las mismas u otras empresas, ya se verá como se darán hasta con la cubeta para sacar provecho de la paraestatal.
No está escrito con letras grandes de qué manera la población postergada del desarrollo encontrará un alivio a su persistente pobreza. De eso no se dice nada. Un sector de la izquierda, no exento de nómina alguna, sale a protestar desconociendo a su partido y sin capacidad de impulsar la movilización de esa mayoría conformada por los que casi nada tienen, ni formas de expresar sus demandas, ni tienen liderazgo político o gremial que las haga valer y que viven de la precariedad que les ofrece su parcela, si la tienen, de un empleo informal, de un trabajo sin derechos laborales, en condiciones de ser reclutados por el ejército o por el crimen organizado o con la estrechada opción de emigrar, objetivamente calificados para recibir subsidios del Estado.
No hay un compromiso en la reforma de PEMEX que garantice un desarrollo estable en un orden mundial dominado por la especulación, por las capacidades tecnológicas proveídas por el apoyo a la educación superior, un desarrollo que distribuya mejor la riqueza y lo haga de manera sustentable. Eso no está escrito en la reforma de PEMEX, aunque la Constitución lo sugiera. Es un acuerdo más entre las élites, que atiende a sus intereses. Un reparto más porque no se hace explícita su disposición para ceder en sus ambiciones en beneficio de los que se encuentran en sus antípodas.
Vamos reforma posible, en la que difícilmente se puede bosquejar un proyecto de país para todos. Tanto teatro y jaloneo, tanto desgarrarse las vestiduras, servirán a fin de cuentas para justificar el reparto.