La crisis hipotecaria que se gestó en los Estados Unidos se transformó en financiera, generó tal onda expansiva que prácticamente dejó sin argumentos a la resistencia pacífica de adelitas y de juanes.
Saliendo del esquema coyuntural y aldeano característico de este blog, la perspectiva histórico-global es un recurso para situar la dinámica política actual, en específico, el curso tomado por la reforma energética. No tiene el contenido original de lo planteado por el gabinete de energía de Felipe Calderón con su carga privatizadora. Carga que se ha diluido hasta ser considerado hoy el proyecto una reformita. En este destino ha pesado poderosamente la crisis financiera que sacude al mundo. La reforma se desinfló, pues los vientos que soplan hoy en día no le son favorables. La intervención de los gobiernos para salvar la economía y la astringencia de capitales le pegaron al argumento ideológico de los mercados perfectos o autorregulados.
Con la actual crisis concluye una época que bien podría ser epónima de Ronald Reagan. Iniciada en 1980, con la llegada de los reaganomics al poder de la nación más poderosa, la ideología del mercado absoluto y el estado mínimo se afirmó casi por tres décadas. El mundo tuvo una partitura común que no sólo acabó con el bloque socialista (autoritario), sino que arrasó con otras modalidades de estatismo (populismo). La intervención del gobierno de los Estados Unidos, de los países de la Unión Europea y América Latina para contener la crisis ha tirado por los suelos la patraña económica que se vendió como panacea.
Veintiocho años son muchos para verificar la armonía de la oferta y la demanda, inmisericordes para padecer su aporte a la pobreza de los de siempre. Compañeros de viaje de la aventura neoliberal fueron Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, quienes a falta de una propuesta se adaptaron a los tiempos dominantes, con la misma naturalidad con la que los gobiernos del priísmo clásico hicieron suyo el estado del bienestar. Años de imperio tecnocrático en que nos acostumbramos a la descalificación, desde el mismo gobierno, de la gestión del aparato público.
Tenemos el final de una época, somos demasiado ignorantes de lo que inicia. El espanto oculta la alegría pues las dudas y la inquina contra lo público no se han disipado. Prueba de ello es que México hasta el momento no dispone de un plan común impulsado por gobierno y la sociedad, como que es cosa del gobierno y está fuera de la influencia del átomo ciudadano. Y así es. Pero qué hay de las sociedades intermedias que están ahí para realizar la articulación entre el gobierno y la ciudadanía. Es un déficit que no amerita comentarios o no se quiere criticar, más bien.
Ni los partidos, ni las empresas, ni los gremios, ni las iglesias, tampoco los medios de comunicación fueron decisivos para hacer de la ola neoliberal una oportunidad para disminuir las desigualdades. Ingresamos al club de los países ricos sin disminuir la pobreza. Una pueril adaptación al mercado global nos mantuvo como exportadores de petróleo y de mano de obra. Y en el aprendizaje distractor del abc librecambista, no se vio cuando el narcotráfico se convirtió en señor de autoridades y hacedor de los ensueños del mercado.
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