Tres frentes desquician la conducción gubernamental. Para el ciudadano común, de la clase media más bien, no le gustaría asistir como espectador de la triple derrota del gobierno.
El frente de la guerra contra el narcotráfico no tiene vencedor en el corto plazo, es la incertidumbre lo que prevalece en un continuo derramamiento de sangre. El gobierno destaca sus spots que palidecen con lo que a diario aparece en la nota roja: ejecuciones, enfrentamientos y...fusilados. Una guerra a la que no se le ve fin y en la cual los territorios implicados, sus habitantes, se resisten a incorporar el tema de la delincuencia organizada y hacen sus vidas como si ésta no ocurriera, aceptando una sui generis ruleta rusa en la que no se sabe cuando le llegará a cada quien el encuentro brutal con el crimen organizado, pues el gobierno no tiene control ostensible sobre los actos delictivos.
El frente de la crisis financiera mundial se hizo incontenible la semana pasada con devaluación del peso. Lo que el PAN, la oposición y la gente consideró como una realidad del pasado priísta y del régimen presidencialista, irrumpió para desenmascarar la demagogia del cambio estructural y ha puesto en evidencia los límites de la alternancia. En 1976, en 1982, 1987, en 1994, la fuga de capitales se le atribuyó a la clase política agrupada en el PRI. La constante demostrable es el comportamiento especulativo de grandes empresas en cada una de esas coyunturas, las que tienen capacidad e información para operar una corrida en contra del peso. Y nos volvieron a saquear. No es un problema de legalidad como claman los apologetas de los consorcios voraces. Es un asunto de actitud que se opone a la solidaridad con los habitantes del propio país, a su mascarada filantrópica, a su propaganda de denuncia en contra de la deshonestidad que presumen los empresarios.
El frente contra la pobreza y la desigualdad, que no ha sido la primera prioridad más allá de la declaratoria de guerra al desempleo que se postuló durante la campaña presidencial del 2006, no encuentra mejores resultados para el gobierno. En la semana el INEGI ha reconocido que la guerra se va perdiendo pues el desempleo sigue creciendo y se teme el regreso de los trabajadores que emigraron a los Estados Unidos.
Estos son los frentes de guerra de mayor relevancia respecto a los cuales el gobierno ha decidido privilegiar el rescate de los mercados, no los ha dejado seguir su propia entropía y ha subastado parte de la reserva de dólares para tratar de calmarlos sin lograrlo a plenitud. No se atisba que entre la aptitud delincuencial que se ha extendido dentro de la sociedad y la especulación empresarial existe una disminución de las capacidades del Estado para contrarrestar la desigualdad y establecer los equilibrios necesarios que el antiguo régimen priísta no pudo preservar ni defender.
En este contexto de guerra se encuentran dos detonantes que pueden extender la guerra en una pendiente civil si no se manejan con sumo cuidado. La reforma de PEMEX y la Alianza por la Calidad de la Educación, son dos iniciativas gubernamentales que amenazan incendiar al país pues el liderazgo gremial de los petroleros y del magisterio no tienen la legitimidad para apuntalar las propuestas del gobierno. Por el contrario, le da aliento a la disidencia de los profesores y las huestes de López Obrador.
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