Como dice el clásico, “esto es
para los jóvenes”.
La designación del sucesor por el
presidente de turno fue una costumbre del poder que acompañó la historia del
país desde la fundación del PNR en 1929 hasta 1988, de la era del partido
hegemónico. Bajo el mote del tapado y el ungimiento por obra del dedazo
presidencial, el PRI tramitaba el relevo presidencial a las órdenes de su jefe
máximo. Ese año de 1988, más bien el año de 1987, fue la última vez de la
ejecución de un procedimiento eficaz, pero con alto costo. Se fracturó la
todavía invicta familia revolucionaria, su escisión adquirió forma en el Frente
Democrático (Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez).
Vayamos a la línea del tiempo.
En 1993 el mecanismo fue
inoperante, pues el ungido fue asesinado antes de las elecciones de 1994. Desde
entonces el tapado y el dedazo han hecho el ridículo. Lo que no quiere decir
que el presidente de turno abdique de la facultad metaconstitucional de operar
como el fiel de la balanza. En ese año el costo fue altísimo y así se sorteó el
relevo favorable al candidato sustituto del PRI, se inventó el video destape,
Ernesto Zedillo candidato. Remplazo con la cartuchera agotada.
En el año 2000, el destapado por
el errático dedazo fue Francisco Labastida, quien perdió la presidencia para el
PRI. Unas elecciones muy sucias. De haberse actuado con rigor de parte del IFE,
el ganador de la elección hubiera sido otro. Para disgusto de los priístas y el
anonadamiento de los consejeros electorales, el entonces presidente Zedillo
salió a anunciar los dudosos resultados y levantarle la mano a Vicente Fox.
Desde esa elección los tecnócratas se convirtieron en el vaso comunicante entre
el PRI y el PAN.
Para el 2006, el tapado y el
dedazo tuvo como beneficiario a Santiago Creel. Los grupos al interior del PAN
atascaron el mecanismo y Felipe Calderón fue su candidato. Con la ayuda del PRI
y la complacencia del IFE, el fraude hizo presidente a Felipe Calderón.
En el 2012 ya ni siquiera se
acordaron del dedazo y el tapado. El acuerdo entre el PRI y el PAN, con el
beneplácito presidencial, hizo transitar con tranquilidad la candidatura de
Enrique Peña Nieto para llegar a la presidencia. La tecnocracia tenía tomado el
pulso a la sucesión, siempre caía bien parada. Según ella, nada nuevo nos
deparaba la historia.
Y llegó el 2018, otra vez, el
tapado y el dedazo naufragaron. En los hechos, la tecnocracia no pudo generar
una candidatura de unidad y una rebelión ciudadana decidió el rumbo de la
elección a favor de Andrés Manuel López Obrador.
Está demostrado que el dedazo y
el tapado dejaron de rendir servicios óptimos a la sucesión presidencial ¿Podemos
decir lo mismo del fiel de la balanza? Creo que no.
Sin que sea visible la operación
del cuerpo directivo de MORENA (está de florero, diría el clásico) todos
sabemos que la candidatura presidencial de ese partido se lleva desde Palacio
Nacional. La mañanera es el medio para captar los humores sucesorios del
presidente al respecto. Encomios, guiños, golpes bajos, se emiten desde el Salón
de la Tesorería. No lo tiene que decir el presidente, pero se entiende: mi candidata
es Claudia Sheinbaum. Al menos eso concluyen los seguidores de la jefa de
gobierno en las redes.
En esta disputa por la
candidatura morenista, el tiempo de duración de esta acrecienta el desgaste y
fácilmente, por el momento, se puede mitigar con la popularidad del presidente
¿Quién está arbitrando? Al parecer el presidente, el fiel de la balanza. Hasta
dónde, ya es otro asunto.
Está el caso de la difusión de comunicaciones
privadas a las que se ha hecho adicta la gobernadora de Campeche, Layda
Sansores, quien le tiene tomada la medida a Alejandro Moreno, dirigente
nacional del PRI. Ella es una mandataria, con un poder legítimo ¿Por qué
recurrir al espionaje? Que le filtraron las conversaciones, no importa, su
alternativa fue denunciar el espionaje. Tomó otro camino, el de la
politiquería. Layda lo sabe, sólo por mandamiento judicial se puede espiar, lo
cual no incluye difundir el contenido de lo espiado.
No cabe duda, lo viejo no termina
de irse y lo nuevo no acaba de llegar. Corría el sexenio de Ernesto Zedillo,
tan en boga el personaje con sus declaraciones desde Madrid, cuando se filtró a
los medios -creo que al Reforma- una conversación entre los hermanos Adriana
y Raúl Salinas de Gortari. Se supuso filtración del CISEN y el medio respondió
con la argucia, que no justificación, alegando mantener la secrecía de las
fuentes.
Lo mismo hace Layda Sansores en
perjuicio de Ricardo Monreal, pero ella no es periodista, es una autoridad y
está obligada a la transparencia. Más allá de la legalidad, proverbialmente
mañosa, hay imperativos éticos a los que se ha comprometido la 4T, por lo que
resulta incongruente valerse de información obtenida mediante espionaje. Sería
bueno conocer la opinión de la CNDH, de la Subsecretaría de Derechos Humanos,
mejor la del presidente de la Corte, Arturo Zaldívar. Ojalá lo hicieran pronto,
sin doblez partidista.
No mentir, o robar, no
traicionar, no espiar. Suena redundante el agregado porque al espiar se miente
sobre la honestidad proclamada, se roba información protegida como datos
privados y se traicionan principios.
Todo un caso para hacer valer
aquello de cero impunidades. Pero si la libró Florencia Serranía, la vecina
influyente.