viernes, 30 de octubre de 2020

Intolerancia al cambio

 

A escaso un mes de completar el segundo año de ejercicio del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador, destaca el empeño por sacudir el statu quo forjado a modo de un liberalismo económico y burocrático, concentrador de poder para una minoría, cebado en el abandono de las mayorías.

Sin ahogarse en el voluntarismo, disfrutando de un respaldo popular no visto desde hace decenios, López Obrador ha mostrado un estilo diferente de gobernar al informar y opinar, ensayado desde su gestión como jefe de gobierno del Distrito Federal, sin excesos en el gasto publicitario, sin prohibir ni reprimir. Desde sus tiempos de opositor, ahora como presidente, ha delineado un interlocutor, a la vez real e imaginario: el Pueblo. De ahí en adelante, toda fuerza económica, política y social tiene fichas menores si le falta la ficha mayor, el respaldo popular.


La suma de artificio e inteligencia del orden tecnocrático se muestra intolerante al cambio, sin concederle beneficio a la cuarta transformación. Así los articulistas sufriendo el Apocalipsis, algunos de ellos funcionarios de ayer, sintiéndose libres de toda macula.

A quién puede extrañar que los abogados del antiguo régimen aprecien sólo exabruptos en las decisiones del actual gobierno. De otro modo no les puede parecer, fueron los arquitectos de un edificio jurídico orientado al saqueo. Un mundo de papel para consumar atracos y sellar desigualdades sociales. Desde el formalismo blanden su crítica.

También los salpicados del viejo régimen, los “intelectuales”, consternados muestran intolerancia al cambio. Pero si estábamos tan bien, se acongojan. Desde la asepsia de las cifras que todo lo justifican, claro está. Por ejemplo, la pobreza deja de ser una condición social por superar. La pobreza parece existir para enaltecer la honrosa labor de contar a los pobres. El sesgo empirista que fortificó al grupo de poder tecnocrático.

Formalismo y empirismo, dos vías razonables y legítimas que al no admitir contraste chapotean en un estanque de arrogancia. Como si el Derecho y las fórmulas de cálculo estuvieran ajenas de contenido político, en la pulcritud apolítica por definición. No saldrán de sus plumas ensayos sobre la alteridad y la humildad, la comunidad y la moral. Son temas sin juridicidad, no se pueden medir, dicen. La subjetividad no es materia para conformar una base legal, un cuadro robusto de datos duros. Amparados desde esa rotundidad les resulta inaceptable la subjetividad, aunque ésta sea la forma característica de la condición humana.  

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