A escaso un mes de completar el
segundo año de ejercicio del gobierno encabezado por Andrés Manuel López
Obrador, destaca el empeño por sacudir el statu quo forjado a modo de un
liberalismo económico y burocrático, concentrador de poder para una minoría, cebado
en el abandono de las mayorías.
Sin ahogarse en el voluntarismo,
disfrutando de un respaldo popular no visto desde hace decenios, López Obrador
ha mostrado un estilo diferente de gobernar al informar y opinar, ensayado
desde su gestión como jefe de gobierno del Distrito Federal, sin excesos en el
gasto publicitario, sin prohibir ni reprimir. Desde sus tiempos de opositor,
ahora como presidente, ha delineado un interlocutor, a la vez real e
imaginario: el Pueblo. De ahí en adelante, toda fuerza económica, política y
social tiene fichas menores si le falta la ficha mayor, el respaldo popular.
La suma de artificio e inteligencia del orden tecnocrático se muestra intolerante al cambio, sin concederle beneficio a la cuarta transformación. Así los articulistas sufriendo el Apocalipsis, algunos de ellos funcionarios de ayer, sintiéndose libres de toda macula.
A quién puede extrañar que los
abogados del antiguo régimen aprecien sólo exabruptos en las decisiones del
actual gobierno. De otro modo no les puede parecer, fueron los arquitectos de
un edificio jurídico orientado al saqueo. Un mundo de papel para consumar
atracos y sellar desigualdades sociales. Desde el formalismo blanden su
crítica.
También los salpicados del viejo
régimen, los “intelectuales”, consternados muestran intolerancia al cambio.
Pero si estábamos tan bien, se acongojan. Desde la asepsia de las cifras que
todo lo justifican, claro está. Por ejemplo, la pobreza deja de ser una
condición social por superar. La pobreza parece existir para enaltecer la
honrosa labor de contar a los pobres. El sesgo empirista que fortificó al grupo
de poder tecnocrático.
Formalismo y empirismo, dos vías
razonables y legítimas que al no admitir contraste chapotean en un estanque de
arrogancia. Como si el Derecho y las fórmulas de cálculo estuvieran ajenas de
contenido político, en la pulcritud apolítica por definición. No saldrán de sus
plumas ensayos sobre la alteridad y la humildad, la comunidad y la moral. Son
temas sin juridicidad, no se pueden medir, dicen. La subjetividad no es materia
para conformar una base legal, un cuadro robusto de datos duros. Amparados
desde esa rotundidad les resulta inaceptable la subjetividad, aunque ésta sea
la forma característica de la condición humana.
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