“tiene en sus manos la dura y
fría palanca con la que superará las peores crisis: el desprecio a la gente”
Stefan Zweig
Las campañas políticas del verano
del 2016 no encuentran narración que se apiade de ellas. Habrá que esperar los
resultados del próximo 5 de junio. Doce gubernaturas en juego y algo más.
Entonces se tendrá materia sustanciosa que comentar, distante de la coprofagia
de campaña.
En el vacío cívico –ausencia de
civilidad aunque exista “autoridad”- se han arrojado las campañas. Por eso esta
semana se ha hecho más palpable un relato con más miga, que remite al 2018 y
tejido de tiempo atrás. Desde el momento de la asunción de Manlio Fabio Beltrones
como presidente del comité ejecutivo nacional del PRI, su posibilidad de ser
nominado a la presidencia de la república por su partido ha sido atajada con el
tabú: el presidente del partido no puede ser presidente de la república. En ésas
están los transformadores, los modernos cavernícolas. A Beltrones se le trata
cual infante de tutor autoritario: puedes ver la tele pero no prenderla.
Pero les decía, esta semana notas
y columnas periodísticas se han acercado a pormenorizar la relación
Beltrones-Osorio Chong a la luz de las campañas en curso y su efecto sobre el
PRI. Otra vez el disenso soterrado, sin asamblea o foro partidario de por
medio. No hay experiencia en cabeza ajena. Como los depredadores, el pasado no
les informa nada, su aptitud se reduce a olfatear la oportunidad y de ello
hacen depender su existencia política. Jamás un legado duradero que presumir
les interesa construir. Están lejos de Calles y de Cárdenas. De igual modo, el
juego es vencer o morir.
Pero ya no juegan solos. Lo cual
no se debe a la blandengue autoridad electoral, comparsa a sus órdenes. Ni el
pluralismo fingido, partidocracia de saltimbanquis y alianzas corruptas. Los
políticos saben que son vigilados por el gobierno de los Estados Unidos, por la
Unión Europea y los inversionistas globales. Los políticos ya no tienen la red
de protección que les confería el nacionalismo. Ya no basta estar alineado y
alienado en el presídium para poner cara de esfinge. Ahora el foro se parece a
un palenque para un gallo en solitario, puesto al centro, dispuesto a ser
visualizado por los espectadores, trasportados y colocados, a prueba de
indignados. A los políticos ya se les ve moviéndose como monos enjaulados.
Macacos sin gracia.
En medio de este novísimo orden
la gente es lo de menos, a rascarse con sus propias uñas, sin considerar los
extremos de este abandono: la justicia por propia mano, ni hablar del ingreso
de familias enteras a las filas del crimen organizado. Eso sí, nada de marchas,
protestas o blandir el látigo de las redes sociales. Hay que regimentar a las
mayorías, las libertades efectivas son para el uno por ciento.