No se cumplen dos años de gestión del actual gobierno federal y el cansancio comienza a notarse. El entusiasmo, que no alcanzó a ser desbordante en un inicio, no se encuentra en el semblante de los gobernantes. Demudados, sus palabras de optimismo no se enlazaron a la realidad adversa con su dictado pesimista. Los pronósticos de la economía, estimación a la baja del crecimiento y repunte de la inflación, ya lo resienten las finanzas de la economía familiar sin recurrir a complicados cálculos.
La secretaría de Hacienda y Banxico no quieren reconocer los límites de su modelo, las expectativas de los inversionistas ya no tienen el atractivo de hace un año. Será la desaceleración económica mundial, será la incapacidad de articular una reforma energética que se ha enredado entre la voracidad y el nacionalismo hasta quedar reducida a una rebatinga entre los que pueden aspirar a sacar provecho. Peor todavía, la pérdida de expectativas y del dinamismo económico impactadas por una errática lucha contra el crimen organizado, confrontación que tiene el tonto consuelo del presidente colombiano Álvaro Uribe hacia Felipe Calderón: así estuvimos nosotros. Pero los mexicanos no queremos estar así y ya estamos, en una guerra que va más allá del control sobre el trasiego de narcóticos.
Se ha rebasado el esquema policiaco, incluso el de lucha entre bandas delictivas. El crimen se diversifica y, si se limitan los canales del narcotráfico, se saltan al secuestro o a otras formas de extorsión como el cobro de protección. La delincuencia organizada es ya un Estado dentro del Estado, aunque sea de manera incipiente. Y las bajas de menores de edad inocentes ya se suman a la lista de los muertos de esta guerra. El asesinato a mansalva de una familia de Ciudad Guzmán, Jalisco, no se trató de un simple asalto, es signo del escalamiento de una guerra que en este año ya ha tomado el rostro del terror. El cuerpo de un adolescente secuestrado en mayo pasado fue encontrado en la Delegación Coyoacán del Distrito Federal (Reforma.com) Hijo del empresario Alejandro Martí, el joven Fernando de 14 años, quien fue detenido por un falso retén de la AFI. Los delincuentes primero asesinaron al chofer y al guardaespaldas, para después liquidar al pudiente muchacho pese al rescate pagado. Aunque sobre el caso ha habido gran hermetismo, en columnas periodísticas se ha tocado el tema sin dar mayor abundamiento.
El gobierno da una sigilosa respuesta, destituye a un subprocurador de la PGR encargado, por ley, de combatir a la delincuencia organizada. Mientras, el presidente Calderón asiste a una minicumbre para enfrentar la inseguridad en Centroamérica y el Caribe. Al tiempo, en el México del desconcierto, el que tiene una panorama económico ensombrecido y un presente ensangrentado por el terror del crimen organizado, el partido gobernante de ese México ya está pensando en las próximas elecciones federales del 2009 que renovarán la Cámara de Diputados. Y los senadores de ese partido, el PAN, encerrados en un hotel de Ixtapa, Guerrero -junto con su dirigente Germán- se mantienen obsesionados con la reforma de PEMEX. Ignoran que al paso que van ni estarán en aptitud de ganar el 2009, ni complacer a los empresarios españoles con la reforma petrolera.
Eso sí, no hay entre los panistas quien ofrezca una lágrima, siquiera furtiva, por los inocentes asesinados.