“Las aclamaciones fueron un dispositivo ideológico para negar la existencia de cualquier tensión entre el emperador y sus súbditos”.
Jerry Toner
La marcha del 27 de noviembre
exhibe un rasgo del estilo de gobernar del presidente López Obrador. El esmero
por mantener una constante comunicación con el pueblo, la no élite. El
presidente no se conformó con la legitimidad ampliamente ganada en 2018, pues
todos los días tiene la avidez del refrendo popular, por eso las mañaneras y
las giras de fin de semana. Esa tarea de hacerse presente por todos los
rincones del país nadie en la oposición la hace. Los recios opositores llegan
hasta donde haya un Holiday Inn como mínimo para pernoctar, les da flojera el
contacto popular. Costumbre adoptada desde Miguel de la Madrid, gobernar con
arreglos en la cúspide entre la autoridad y la élite empresarial y líderes
gremiales.
Los ríos de gente del 27N, al
inundar las calles de la Ciudad de México para mostrar su apoyo a López Obrador, lo hicieron también como una
demostración de su rechazo al estilo tecnócrata de gobernar, higiénicamente
distante de las masas. Desde el Gral. Lázaro Cárdenas, México no había tenido
un presidente con esa hambre por estar cerca de la gente menos afortunada.
Este rasgo distintivo, propio del
cesarismo en tanto estilo de gobernar, no como régimen o gobierno, la
comparación que hago aquí no da para más. Cesarismo que por cierto no se resume
en el caballo de Calígula, ni en el incendio de Roma a instancias de Nerón,
pero que refleja una situación harto compleja. El gobernante hace de la
atención al pueblo un asunto de Estado para generar un nuevo equilibrio, que no
se limite al gobierno compartido del emperador con la clase patricia agrupada en el senado
romano.
Volviendo al 27N considerar lo
siguiente. La marcha fue capaz por sí misma de generar una nueva estructura de
acuerdo social que asegure derechos humanos, educación, salud, seguridad o fue
sólo una explosión de alegría. Digo esto para no confundirnos, pues hay gente
convencida de que el cambio ya se dio. Consultando al reloj de la Historia,
cuatro años son nada para realizar un cambio (De pasada, juguetear entre una epistemología de la historia basada en los grandes personajes, al estilo Krauze en su producción industrial de las Biografías del Poder y la basada en las estructuras socioeconómicas al estilo Enrique Semo deja mucho que desear). El cambio enfrenta la negativa
desde el Poder Judicial que se negó a reformarse y de las fracciones
parlamentarias de los partidos de oposición. Piezas ineludibles para avanzar en
el cambio pacífico. Agréguenle los medios de comunicación, enfocados en recrear
un ambiente de zozobra generalizada, basado en la violencia del día a día (En
la sala de espera de un consultorio vi la metralla de Foro TV).
Cuatro años son pocos y la
sucesión presidencial ya tocó las puertas de Palacio Nacional. Esté o no de
licencia como militante de MORENA, el presidente ha tomado el proceso para la
nominación de la candidatura presidencial de su partido. Con la perspectiva
adicional de alcanzar mayorías parlamentarias en el Senado, San Lázaro y
Congresos Locales.
Traslatio imperii, la
sucesión ha comenzado y lo repito, es mucho tiempo.