martes, 25 de junio de 2013

Sin paradigma propio


Qué se puede esperar de la vida pública, que durante más de dos semanas, se ha entretenido en la exhibición del conflicto interno en el Partido Acción Nacional ¿Se les paga para eso? Lamentablemente sí. Al fin servidores de sus particulares intereses, disfrutan del abuso legalmente establecido. La rendición de cuentas les es ajena.

La agenda pública bien gracias, arrinconada por un chantaje tumultuario de capitales, políticos y delincuencia organizada.

La nueva administración federal camina en la inercia de los vicios heredados, como la Ley del Servicio Profesional de Carrera que ya dio de sí, hace rato que liquidó su principal virtud: la confianza. Uno hubiera pensado, considerando el decreto de austeridad y la reforma a la Ley de la Administración Pública Federal con la que se estrenó el gobierno de Peña Nieto, en las bases para la creación de un nuevo paradigma del quehacer público. No hay tal. Están atascados y no han aclarado el destino final de la secretaría de la función pública.

Se encomia el espíritu reformador, se llama a mover a México, cuando ni siquiera se tiene capacidad de sanear el desastre administrativo que dejó el PAN. No se pone atención al manejo de la administración pues es considerado menor, visto en comparación a lo que prometen las reformas. Ignorando que el remedio y el trapito está, a fin de cuentas, en la realización de una buena administración.

Locos como el monje Medardo, entre lo que obliga el deber y lo que propone el querer, no hay conexión en la ejecución de las políticas gubernamentales. Permanece una mentalidad blanquiazul que construyó una generación de burócratas volcados de tiempo completo a la satisfacción de sus intereses personales por sobre el rendimiento de los bienes y servicios públicos ofrecidos, sin correspondencia al gobierno eficaz prometido. Qué decir de la presidencia democrática en un sistema descentrado, pues la constelación de la presidencia autoritaria era un sol que surtía una creíble alineación de planetas.

No es nostalgia autoritaria, es el horror ante el vacío que se le hace a la agenda pública que se pergeña en el listado del hambre, la educación y la inseguridad, por citar sólo tres temas. Agenda que se desarticula en procesos como el de la licitación de contratos y en las salidas que colmen el imperativo de la corrupción sin infringir la ley. Tenemos un sector público privatizado para decirlo pronto y rápido.

Falta el paradigma de un quehacer público que revolucione rutinas burocráticas y las ocurrencias siguen tan campantes. El concepto de Estado, en su devaluación, sale sobrando. Y qué decir de la modernización, en su retahíla nos podemos ir a los tiempos del dictador Porfirio Díaz y como si nada. Eso sin considerar que previamente con la palabra moderno la humanidad ha venido jugando desde hace siglos y no hay el mínimo detenimiento para ilustrar a la audiencia sobre tal belleza léxica. Bueno qué, dirán los políticos, si no somos filólogos.

No se arregla la casa y la especulación económica ya contribuye a su desorden.  

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