jueves, 25 de mayo de 2017

Cartas echadas

Las campañas electorales en el Estado de México han tenido un tema articulador: la corrupción. Signo de degradación de la política para donde se voltee. Tres generaciones de la familia Del Mazo en el ajo. Tres sexenios aprovechando el presupuesto federal es el historial de Josefina Vázquez Mota: con Fox, Calderón y Peña Nieto. Tres años de gestión municipal en Texcoco fue suficiente para Delfina Gómez y así ingresar modestamente a la piara. Un lugar en el estercolero, ese es el propósito de los competidores, al menos eso informan las campañas sucias y ya dieron de sí.



Las encuestas ya poco pueden aportar, es cuestión de dos.

La elección dominical de 4 de junio próximo está en manos de los ejércitos conformados por los operadores electorales, los profesionales encargados de acercar a los “votantes” a las casillas, previamente orientados en la definición de su voto. Profesionales que para la autoridad electoral son leyenda, no obstante, en cada elección están presentes. Quien reclute más, a través de gremios, dependencias públicas, pago por evento o por gracia del resentido vengativo, tiene mayores probabilidades de alzarse con la victoria. Esta afirmación no niega al ciudadano que concurre a las urnas con una decisión meditada o por el puro impulso militante al pertenecer a una agrupación política o desde la satisfacción de ser un simple simpatizante.




Lo que las elecciones resolverán es la distribución formal y efectiva del poder en el Estado de México. Lo que no resuelven las elecciones es la formación de administraciones responsables, transparentes en su operación, rendidoras a la satisfacción esperada por los ciudadanos, quienes deberían exigir una centralidad cierta de un propósito común ¿La seguridad? Centralidad en la cual se articulen las políticas sectoriales para hacer un gobierno justo, del lado de la justicia igualadora en oposición a los privilegios. Nada más.

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