Ya pasaron dos semanas de la
asunción juramentada, posando la mano sobre la Biblia, del presidente número 45
de los Estados Unidos. Y el mundo sigue vibrando a la simple enunciación de su
nombre: Donald Trump. Muchos queremos mandarlo al psiquiatra o le tratamos de
acomodar la etiqueta apropiada al hombre que se gratifica a sí mismo a través
de la amenaza. Sin duda, un presidente muy civilizado, muy cristiano si se
permite la laxitud. Se deja de lado que Trump es consecuencia de un consenso,
casi una idolatría, en torno al capitalismo. Por ese camino no queremos
discurrir, hablar de que el capitalismo se sustenta así no tiene la mayor
difusión: “La base del capitalismo, ni siquiera la del capitalismo mediterráneo
del siglo XVI, no fue la justicia social o la ‘intención’ o el deseo de ser ‘legitimo’,
sino el reconocimiento de la codicia del hombre, fundamental a la hora de
modelar un sistema” (Victor Davis Hanson).
A partir de ahí es dable esperar
todo lo bueno y lo monstruoso. Es precisamente ése consenso el que tiene
acogotado al presidente Enrique Peña Nieto y a su canciller ¿Cómo responderle a
Trump si compartimos la misma ideología? Eso se preguntarán, eso se creerán. En
los hechos, sin mediar batalla, las autoridades mexicanas se encuentran
sometidas o hechizadas al magnate presidente. Bajo las condiciones del síndrome
de Estocolmo, en las cuales la víctima se identifica con el victimario y lo
justifica, Peña y su gabinete sólo alcanzan a lanzar descafeinados llamados a
la unidad nacional.
Al mismo son bailan las cúpulas
empresariales, totalmente desorientadas, van de templete en templete
prometiendo fortalecer -ahora sí- el mercado interno. Siendo México un país integrado
económicamente al exterior, llaman a la población a consumir sólo lo mexicano.
Todavía se está a la espera de la lista de mercancías y servicios que al cien
sean totalmente mexicanos, para así empezar a despreciar los productos
extranjeros. Ya los quiero ver. De todos los empresarios, Carlos Slim tiene voz
propia, él solo convoca y es atendido, aunque comparta la misma aptitud para
proferir estupideces: Trump no es Terminator,
es negoceator, en sentido contrario
al clamor mundial que considera a Trump un devastator.
Bueno, en el colmo Donald Trump
ha estremecido a los porteros del liberalismo de hogaño. Los liberales tienen
la oportunidad para no confundir o hipostasiar más nunca la filosofía liberal
con el capitalismo y darse por enterados de que éste ha parasitado al liberalismo,
el cual desde sus raíces se ha formado a partir de una consideración: la dignidad
humana. Consideración que tiene sin cuidado a los mercados. Y no voy a repetir
las afirmaciones sobre el capitalismo explotador, especulador, contaminante,
enajenante, delincuencial, que con pintura rosa se quiere cubrir así sea en
nombre de una filosofía.
Es inadmisible que al mercado se
le trate como persona y al individuo se le considere cosa. No basta estar en
contra de Trump, hay que incluir al régimen económico que representa.
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