Ha sido un lugar común de la derecha mexicana endilgarle a la Revolución Mexicana todos los males padecidos por el país. Pero desde un frente que podría llamarse liberal, hay malestar por el orden que produjo ese movimiento de 1910. La mejor manera que han encontrado para descalificar a la Revolución es decir que se trata de un mito o de una serie de mitologías. No explican bien, pero se sobrentiende que mito es una acepción de engaño y su mitología una colección de mentiras. Se remiten a la acepción más vulgar y sin sustancia.
Abrevando desde diferentes perspectivas disciplinarias que se han topado con el mito y le han puesto cráneo para desentrañar su significado, se podría concluir asumiendo todos los atajos posibles, que el mito es una narración que se cuentan los pueblos (Todos) para maravillarse de sí mismos y del universo que los acoge. El resultado práctico de las narraciones míticas produce identidad en una comunidad o sociedad. Hay mitos que permanecen incólumes, hay otros que se han convertido en material arqueológico. En el centro de su consideración no se establece un cuestionario cerrado entre lo falso y lo verdadero.
No es cuestión de decretar la condena del mito y augurar su defunción. Lo complicado es construir un acuerdo o consenso que sustituya al mito, considerando, claro está, que pudiera existir una sociedad sin mitos. Ese trabajo de sustitución ni siquiera se ha propuesto, aunque sí existen sucedáneos que remplazan al mito de manera brutal y desintegradora: los narcocorridos, la publicidad y las telenovelas, por dar ejemplos. También tenemos nuestros héroes de hogaño: los Arellano Félix, Carlos Slim, Emilio Azcárraga Jean. El reemplazo también incluye la invención de beatos, mártires y santos (sin adorar). De esta sustitución no se ha producido nada de qué maravillarnos, salvo del mérito individual de algún deportista, nada que remita a las ciencias y a las artes porque eso también está devaluado. El resultado neto de la sustitución del mito es un país enconado, dividido.
Ahora vemos con tristeza cómo por motivos políticos se enfrentan la Iglesia católica y las huestes de López Obrador, eclipsando el festejo de la Revolución. Triste ver cómo el avance democrático se empaña en una rebatinga por la sustitución de los Consejeros del IFE. De eso habla la prensa en estos días.
Y lo ominoso, el ataque a una oficina electoral del municipio de Zamora, en Michoacán, donde un comando armado, aún sin identificar, irrumpió en las instalaciones e incendió la papelería de los comicios celebrados recién en esa localidad. Un manto de silencio cubre ese hecho delictivo, ni siquiera ha ameritado una interpretación. Se sospecha la mano del crimen organizado, que en incendiaria clave le dice a los partidos y la sociedad michoacana: me valen madre los votos y háganle como quieran. El mensaje es siniestro, estremecedor. No obstante el apuro es otro, un apuro salvífico: enterrar a la Revolución Mexicana.
Por eso vale gritar ¡Viva la Revolución!
Abrevando desde diferentes perspectivas disciplinarias que se han topado con el mito y le han puesto cráneo para desentrañar su significado, se podría concluir asumiendo todos los atajos posibles, que el mito es una narración que se cuentan los pueblos (Todos) para maravillarse de sí mismos y del universo que los acoge. El resultado práctico de las narraciones míticas produce identidad en una comunidad o sociedad. Hay mitos que permanecen incólumes, hay otros que se han convertido en material arqueológico. En el centro de su consideración no se establece un cuestionario cerrado entre lo falso y lo verdadero.
No es cuestión de decretar la condena del mito y augurar su defunción. Lo complicado es construir un acuerdo o consenso que sustituya al mito, considerando, claro está, que pudiera existir una sociedad sin mitos. Ese trabajo de sustitución ni siquiera se ha propuesto, aunque sí existen sucedáneos que remplazan al mito de manera brutal y desintegradora: los narcocorridos, la publicidad y las telenovelas, por dar ejemplos. También tenemos nuestros héroes de hogaño: los Arellano Félix, Carlos Slim, Emilio Azcárraga Jean. El reemplazo también incluye la invención de beatos, mártires y santos (sin adorar). De esta sustitución no se ha producido nada de qué maravillarnos, salvo del mérito individual de algún deportista, nada que remita a las ciencias y a las artes porque eso también está devaluado. El resultado neto de la sustitución del mito es un país enconado, dividido.
Ahora vemos con tristeza cómo por motivos políticos se enfrentan la Iglesia católica y las huestes de López Obrador, eclipsando el festejo de la Revolución. Triste ver cómo el avance democrático se empaña en una rebatinga por la sustitución de los Consejeros del IFE. De eso habla la prensa en estos días.
Y lo ominoso, el ataque a una oficina electoral del municipio de Zamora, en Michoacán, donde un comando armado, aún sin identificar, irrumpió en las instalaciones e incendió la papelería de los comicios celebrados recién en esa localidad. Un manto de silencio cubre ese hecho delictivo, ni siquiera ha ameritado una interpretación. Se sospecha la mano del crimen organizado, que en incendiaria clave le dice a los partidos y la sociedad michoacana: me valen madre los votos y háganle como quieran. El mensaje es siniestro, estremecedor. No obstante el apuro es otro, un apuro salvífico: enterrar a la Revolución Mexicana.
Por eso vale gritar ¡Viva la Revolución!
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