“darle la posibilidad al
ciudadano de reapropiarse de la cosa pública y, de ese modo, de su propio
destino.”
“La política no es una ciencia
exacta, tampoco la economía, y la frontera compromisos y concesiones es siempre
difícil de trazar.”
Thomas Piketty
El primero de mayo se publicó el
Plan Nacional de Desarrollo 2018-2024, el cual está a disposición del Congreso
para su aprobación. Sin tener al alcance los anexos, se trata de un documento
político puesto en el límite como diferenciación entre los últimos seis
sexenios y el gobierno actual de López Obrador. Un documento polemista, inserto
en la discusión mundial sobre las consecuencias del llamado neoliberalismo, en
su variante nacional. Se trata de un malestar compartido en muchas partes del
mundo, tras la implantación de una economía global que halló en el libre
comercio el medio exclusivo de la prosperidad omitiendo o dejando de lado los
límites de la acción del Estado. Ese malestar ha ido de la mano del siglo XXI, con el rezago
de los ingresos, expectativas de crecimiento no realizadas y concentración de
la riqueza.
¿Qué ha sido el PND? El documento
de factura economicista, que lo sigue siendo, de planeación indicativa. Una
aspiración sin consecuencias punitivas por incumplimiento. La realidad se
termina por imponer al Plan y guardarlos en el olvido. Este esquema de
planeación se inauguró de manera experimental con el Plan Global de Desarrollo.
Pero fue con Miguel de la Madrid, dentro de la ley de planeación democrática,
que el ya nombrado PND fue el referente de las políticas gubernamentales para
una administración sexenal. Se inicia la saga del neoliberalismo de oficio en
México, ajustado a las prescripciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario
Internacional. Así se auspició la década perdida, acá y en otras partes del
mundo; con Salinas de Gortari el PND quedó eclipsado por el Consenso de
Washington, el verdadero instructor de la primera generación de reformas y del
TLCAN; de Ernesto Zedillo el PND tampoco fue pieza maestra, resultó más
importante el préstamo acordado con Bill Clinton para sacar adelante la economía
devastada por la fuga de capitales; en los siguientes tres sexenios (Fox,
Calderón, Peña) bajo el imperio de los secretarios de Hacienda itamitas, el PND
se convirtió en un trámite, un documento hinchado de demagogia numérica bajo la
petulancia académica de los indicadores. Es con el nuevo siglo que el PND quedó
borrado por el accionar de un modelo económico que no pudo producir la riqueza bajo
la formalidad de los flujos comerciales, por el contrario, atizó las
malformaciones económicas del crimen y la corrupción.
Qué tenemos con el PND de ahora,
una reminiscencia explícita al Plan Sexenal de 1934-1940 en tanto pone el acento
en la redistribución económica bajo otras condiciones. Con una presentación que
pone los principios, éticos podría agregarse, para alcanzar ese propósito
redistributivo. El PND se compone de tres partes. En una se concentra en el
tema de la seguridad. En la segunda aborda los programas sociales. Para
finalmente, en la tercera, concentrarse en afirmar el compromiso con la
responsabilidad macroeconómica. Como todo plan, está constreñido a la realidad,
una realidad que se llama incertidumbre y que se expresa en el enjambre de variables
de todo tipo -más en una economía global- que inciden en la conducción económica de un país. Por ejemplo, la ortodoxia ultraliberal de Macri
en Argentina ha sido un desastre; por el contrario, en China, sin asumir el
liberalismo económico extremo ha logrado de manera consistente un crecimiento
envidiable con un ambicioso proyecto de industrialización y de comercio
exterior conducido por el Estado.
El pronóstico queda a reserva.
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