“si ha de funcionar en la
sociedad, toda institución debe tener un correlato en la conciencia.”
Peter L. Berger
Las campañas en Edomex entraron
en su segundo mes. No han cambiado los supuestos que inclinarán el fiel de la
balanza. El dinero es la carta de triunfo de Alfredo del Mazo. El hartazgo hace
lo propio para acelerar la victoria de Delfina Gómez. Mientras, Josefina
Vázquez Mota se mantiene atrapada por las disputas al interior de su partido
por la nominación de su candidato para contender por la presidencia en el 2018.
Vale considerar, para las
corridas electorales mexiquenses en tiempos de la tecnocracia gobernante, el
PRI se ha llevado de calle las elecciones para gobernador. Por primera vez se
da una competencia apretada. Acontecimientos desesperados/inesperados
(atentados) para defender a toda costa un bastión priísta no son descartables,
más aún cuando el presidente de la república es producto y representante de la
escuela política de Atlacomulco. Pero es una decisión difícil cuando a Enrique
Peña Nieto lo detiene el descenso de su popularidad, además, no dispone de un
visible bloque empresarial amplio en apoyo al candidato de su partido. Es
posible la alternancia en el Estado de México, para lo que sirva.
Sí, para lo que sirva, pues se
puede cambiar de partido en el poder, pero no las rutinas de su ejercicio. Más
de lo mismo. Alentar el mercado y querer componer con dádivas a los millones de
afectados. No he escuchado propuestas que animen la auto organización social
como herramienta de desarrollo.
Hacer pronósticos es ocioso, ni
para barruntar la contienda presidencial del 2018. Indagar sobre el futuro de
las instituciones es crucial. Las instituciones son más que leyes y
aparatos públicos, son la práctica consensuada en la que aceptamos el orden inmediato
en el que vivimos. Lamentablemente, en México, el proceso reformador está cojo
desde el esquema ultraliberal en el que se ha dispuesto. Las reformas,
empezando por las iniciadas por Miguel De la Madrid, han tenido un efecto
disolvente del respeto y la confianza social: todo se vale, se cuece como
consigna de malandrines. Las reformas en el ámbito laboral, por ejemplo, han
despojado del mínimo respeto que se les confería a los trabajadores, con ello
se ha minado la confianza de un sector organizado de la sociedad.
El problema no es el populismo,
como lo postulan los ideólogos del régimen. El problema es el fundamentalismo
que opaca las diferencias y considera una razón que aporta certezas para pocos,
sin importar las exclusiones. Pensar que existe un orden único que alinea lo
social, como si los individuos estuvieran troquelados, es un error de
principio. El liberalismo económico, en tanto receta única, es devastador pues
no concibe límites. El trabajador del campo y la ciudad, también los recursos
naturales, exigen esquemas de protección. Un régimen sin protecciones alienta
la inseguridad y la delincuencia.
Mientras, las campañas
electorales del 2017 siguen lo trillado, lodo incluido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario