martes, 13 de marzo de 2018

El tigre suelto y la tragedia de los liberales

“Desde su llegada al poder, el emperador había promovido la economía por todos los medios a su disposición. Y es que si la burguesía hacía buenos negocios, entonces consentía en ser tutelada, y a parte de eso, la perspectiva de obtener millones despertaba el necesario frenesí para mantener el régimen.”
“Las iniciativas económicas del emperador, sin embargo, no reafirmaron su poder, sino que lo socavaron.”
Siegfried Kracauer


El 8 y 9 de marzo de este año se verificó en Acapulco, Guerrero, la 81 convención de banqueros de la Asociación de Bancos de México. Como se ha hecho costumbre, cada seis años la convención se convierte en pasarela de presidenciables. Después de esta reunión en la cima financiera son copiosos los comentarios sobre Andrés Manuel López Obrador, nadie se resiste a no hacerlos. Nada más soltó la advertencia, de ecos porfirianos, que de haber fraude electoral se soltaría al tigre y se le fueron encima. Una vez más, AMLO captó la atención. Lo que dijeron los otros candidatos quedó en segundo plano.

Lo dicho por López Obrador es equívoco, pues con o sin fraude electoral, el tigre anda suelto desde hace años. Quien se niegue a ver al tigre suelto la caricatura de Rocha (La Jornada 13-03-2018) les ayudará a visualizarlo. El tigre con todas sus rayas acumuladas en el curso de las reformas liberales o casi, no se alcanza a apreciar la rayita de las Afores, ni la del Fobaproa a las que contribuyó con pasión José Antonio Meade, tampoco la de la reforma laboral que gustoso apoyo Ricardo Anaya. El tigre no tiene ataduras, se pasea a placer, el centro de una tragedia, la liberalización realizada con engaños, promotora de la polarización social y la ruptura cotidiana de la ley.


Es la tragedia de los liberales, alentar el libre comercio sin detenerse a considerar la desmedida concentración de la riqueza y la profundización de las desigualdades; ponerse adelante para instituir una competencia electoral creíble y leal, luego terminando por construir la partidocracia que aborrecen; defender la libertad de opinión para terminar sometiéndose al pensamiento único, gimoteando por la irrupción de las falsas noticias.


Ante las consecuencias inesperadas, para ellos claro está, la autocrítica se evade. En este acto de evasión sueltan al tigre imaginario del populismo. Un simple reformista -nunca un radical- les produce urticaria. Anuncian el caos como si el país fuera ejemplo de paz, de armonía, de solidaridad, el narcicismo endémico corroe a la sociedad civil. Los liberales, antes asociados a la gente progre, se unen al coro conservador que clama por la continuidad del tigre alborotado.

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