“la identidad es propiamente aquello a lo que corresponde el
significado de la unidad.”
Hermann Cohen
La nueva orden ejecutiva dictada
recién en la Casa Blanca, con el propósito de expulsar a 11 millones de
indocumentados de los Estados Unidos, es la señal de que la catástrofe ha
comenzado.
La irrupción de Donald Trump en
la escena mexicana es traumática. Un sujeto que habla mal de los mexicanos, nos
mira como delincuentes y nos considera abusivos en materia comercio. El sujeto
que no se ha molestado en demostrar sus dichos. Mientras, los mexicanos en
calidad de la suma de todos sus odios. Pese a ello, el gobernante de México
permanece en nerviosa desconcentración, los líderes empresariales se mueven
cual gallinas degolladas. Los líderes gremiales ausentes. Los intelectuales
exhumando penosamente el voluminoso expediente nacionalista, apenas ayer
enterrado ojos vista por la modernización de entre siglos. Para completar, una
sociedad desmovilizada por una interrogante ¿Acaso no somos amigos? Pues no, al
menos para el grupo gobernante que está al frente de los Estados Unidos.
Dónde está el nudo que impide a
nosotros los mexicanos a mantenernos en las calles protestando todos los días.
Son las divisiones internas las que nos detiene, tal vez. Prefiero aquí situar,
de momento, la inmersión en el proceso de aculturación o transculturación*. No se trata de procesos novedosos: el imperio
romano y la formación de las lenguas romances, el imperio azteca y la toponimia
de los pueblos de Mesoamérica. Procesos traumáticos para las culturas
subordinadas**. Lo que quiero poner en
claro, si se me da, este proceso secular (a través de los siglos) puesto en un
hecho histórico.
El TLCAN, fuera de la óptica del
mercado, ha sido capaz de realizar una integración cultural casi total, que
muchos mexicanos nos sintamos dreamers
en nuestra propia tierra. Lo que inició al concluir la segunda guerra mundial
quedó sellado con el TLCAN. Las franquicias y el entretenimiento aportaron la
argamasa para sentirnos gringos. Poner por nombre a los hijos “Kevin” o “Bryant”,
salpicar la conversación con frases anglófonas, así como otros giros de la
asimilación cultural nos dieron otra identidad, la de las barras y las
estrellas.
Se nos decía que el TLCAN era
nuestra puerta de entrada al primer mundo. Según Jaime Serra Puche ya éramos de
grandes ligas. A Trump eso no le interesa y nos expulsa del sueño americano, el
cual puerilmente adoptamos. De regreso a la república bananera donde impera la
corrupción, la inseguridad, los negocios turbios.
Se entiende porqué hablo de
efecto traumatizante. Superable sí, si se toma nota del trauma realmente
existente.
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*Acudiendo al diccionario de la
RAE: Aculturar: “Incorporar a un individuo o a un grupo humano elementos
culturales de otro grupo”; Transculturación: “Recepción por un pueblo o un
grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un
modo más o menos completo a las propias”.
**Stefan
Zweig, en El mundo de ayer, cuenta
como los judíos de Berlín o Viena se sentían cómodos y plenos en la cultura
alemana, constituida en signo de una vigorosa identidad. Cuenta también, como
tardaron en reconocer los vientos adversos que traía el nacional socialismo.
Mientras otros, no sé cuántos, comenzaron a retomar el sueño de Palestina (Buber, Rosenzweig,
Scholem).
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