Me resulta intrigante y
estremecedora la dificultad que experimenta una sociedad para tener mínimas
certezas sobre su futuro, que no cuente con expectativas compartidas de un
mañana promisorio. México no es el mismo de hace treinta años. Mejor o peor, es
una cuestión que divide.
Si hablamos de las ventajas que
hoy se tienen para hacer negocios es un punto relativo, depende como se mida.
Si nos fijamos entre los que antes y después han salido exitosos en sus
negocios o si medimos en términos de las miles de empresas formales que se han
creado y las que realmente han sobrevivido
a la “competencia”. También se podría apreciar desde la perspectiva de
las inversiones realizadas por la empresa privada y proporción con la creación
de empleos bien remunerados que la población demanda.
Si hablamos de la democracia
electoral, el cambio en las instituciones (autoridades) y de las reglas sigue
en la senda de su perfeccionamiento, lo que no se ha reflejado en el prestigio
de los partidos. Creo que la valoración por parte de la ciudadanía oscila entre
el desinterés y el desprecio, en buena medida porque siguen existiendo
mecanismos clientelares de obtención del voto y porque los partidos han quedado
rebasados por los poderes fácticos, que hoy tienen más fuerza que durante la
vigencia del pacto corporativo que emergió de la Revolución Mexicana. Todo
un retroceso al siglo XIX.
Si hablamos de libertad de
expresión el cambio es notabilísimo, la censura prácticamente ha desaparecido
del paisaje nacional. Pero si de derecho a la información hablamos, no está
mejor informado quien no quiere o no tiene condiciones para estarlo.
Paradójicamente, el riesgo de ejercer el periodismo es muy alto si lo medimos
con la cantidad de asesinatos que han ocurrido en los últimos seis años. Y qué
decir de la calidad de la información, el montaje, la espectacularidad, el
escándalo, la ordinariez distorsiona la confiabilidad de la información, por no
mencionar los obstáculos a la misión del Instituto Federal de Acceso a la
Información.
En materia de justicia e igualdad
social, que no son lo mismo pero tienen puentes que comunican y las hacen
correr en paralelo. Mejor o peor, ahí está la fuente de la inconformidad, del
malestar social, la prueba contundente del futuro aplazado por la persistencia
endémica de la injusticia y la desigualdad.
México ha cambiado en las últimas
décadas, pero no lo suficiente como para decir que el país está mucho mejor. El
hecho de que la informalidad absorba mano de obra, de que los jóvenes que se
han formado en los centros de educación superior no sean incorporados al
mercado de trabajo para aprovechar sus habilidades, nos indica que algo no está
funcionando y el Estado no puede ser omiso.
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