La discusión, el debate, tiene un
contenido de egoísmo, intolerancia y
negación de la realidad que se resume en la expresión “lo que yo quiero”.
Situados en ese callejón no vamos para ningún lado. En eso se han convertido
las redes sociales en el tiempo poselectoral, cada bando circula las mismas
consignas y las mismas fotografías que se repiten y se repiten. Ver las cosas
bajo otro lente es traicionarse a sí mismo y háganle como quieran.
Las casas encuestadoras aparecen
como los villanos en este proceso, en lo personal no me guío por las encuestas,
tampoco por la televisión y la radio. Prefiero los registros y la opinión de la
prensa escrita. También confío en mi memoria que en la actualidad dispone de
información plural, lo que no ocurría hace treinta años.
Hablar de las elecciones en
México, sobre todo las presidenciales, tiene dos perspectivas: una es la del
proceso que está pautado en la legislación y las instituciones que sobre ella
se erigen. Los actores políticos, los partidos, saben que de las sucesivas
reformas ocurridas se han estrechado los márgenes de maniobra para manipular el
voto. A la urna llega el ciudadano y su conciencia. De lo que poco se sabe y
poco se publica es sobre la operación electoral, la pragmática con la que
actúan las fuerzas políticas en los límites de la legalidad. Todas.
Topamos con la operación
electoral.
Hace seis años fue muy estrecha
la diferencia y muy descarada la intervención del gobernante en turno, pero la
clave estuvo en la operación electoral de Elba Esther Gordillo y de algunos
gobernadores priístas. Para el 2012 el PAN no contó con esa operación, además,
el gobierno no pudo hacer propaganda con los programas de subsidio durante la
elección, esto último no quiere decir que los programas clientelares como Oportunidades
se hayan detenido, simplemente no les alcanzó.
Qué fue lo que pasó el primero de
julio. Aunque todas las fuerzas políticas pongan a sus operadores en juego,
ello no significa que forzosamente se den resultados apabullantes, salvo en el
D. F. Donde el PRD, sus aliados políticos, el gobierno de la Ciudad de México,
hasta los comités vecinales operaron para casi desparecer el pluralismo de la
ciudad. La victoria de la izquierda fue aplastante. Lo más parecido a una
elección de Estado. Pero el proceso en sí fue legal.
En la elección presidencial no se
modificaron las tendencias apuntadas en las encuestas, fallaron las
estimaciones en la proporción de los votos. El quiebre se dio con la aparición
de un operador que no estaba contemplado: #YoSoy132. Su irrupción fue decisiva
para que aumentaran los bonos de Andrés Manuel López Obrador. No lo suficiente
para ganar, sino para alcanzar un segundo lugar que muchos no veían al
principio de la contienda y, así, darle a la izquierda una bolsa de triunfos de
ninguna manera despreciable. Al Distrito Federal sumaron Morelos y Tabasco. Al
mismo tiempo, la candidata del oficialismo perdió rumbo desde el inicio de la
campaña, no articuló equipo y mensaje. Se generó el vacío suficiente como para
hacer girar el voto útil hacia Enrique Peña Nieto. Así se definió el día de la
elección, más allá de la voluntad de los operadores electorales.
Que se hable de fraude, de compra
de votos, es comprensible de quien viene, de quien no sabe perder. Pero que se
tache de corruptos, de vendidos a los ciudadanos quienes sufragamos por el PRI
eso ya es una grosería. Si no están contentos con los resultados existen
procedimientos para hacer valer sus derechos y bienvenidas las impugnaciones.
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