Domingo primero de julio de 2012 fue
un día relajado para mí, es preciso acotar. Actividades domésticas en general,
interrumpidas alrededor del mediodía para acudir en familia a votar. Sin asomo
de ansiedad transcurría el domingo, después de comprar los víveres de la
semana, preparar comida, engullirla, enseguida una sobremesa de café y
galletitas, todo en pareja. Inusualmente no se presentó la obsesión por
informarme en la red sobre el curso de la elección. En sustitución y para el
rélax, me dispuse a digitalizar unos acetatos con la voz y la música de Beny
Moré. Qué vida.
A partir de las siete y media de
la noche me dedique al zapping binario: UNO TV y MVS Noticias. Pasadas las diez
de la noche consideré que era suficiente dedicación a la pantalla chica.
Estoy en un nuevo día, mi ciudad
está triste, no es la misma que el pasado miércoles se volcó a las calles y
colmó el zócalo. En mucho se debe a que en la ciudad, capital de todos los
mexicanos, sus preferencias estaban claramente marcadas. Antes del domingo, cualquier
conversación envolvía la certeza del triunfo de las izquierdas a nivel
nacional. En realidad era una ilusión que miles consintieron y no hubo manera
de que vieran otra realidad. La ciudad de México no es todo México. Así de
claro.
El entusiasmo de #YoSoy132 quedó
atrapado en un doble juego: alentar la campaña negativa de atajar a Enrique
Peña Nieto y de negar, al mismo tiempo, la que era su preferencia, Andrés
Manuel López Obrador. Emociones confusas, sé a quién no quiero y no puedo decir
a quién sí quiero. Vaya enredo emocional.
AMLO es factor importante en este
resultado adverso que se lleva. No logró mantener su mensaje inicial de
conciliación. Igual que en la anterior elección presidencial, su mensaje
regresó al punto de identificar su persona a la esperanza (mesianismo) y no se
atrevió a proponer la imagen esperanzada de México. De manera parafraseada
podría decir “la esperanza soy yo”
Josefina Vázquez Mota todo el
tiempo negó el lastre que cargaba de corrupción, desempleo, muerte y violencia,
que ha caracterizado la gestión de su partido
en el encargo del gobierno federal y es su herencia reconocible. La
beatería no es suficiente para acometer una empresa como lo es la campaña
presidencial. El desplome del PAN al tercer lugar lo dice todo.
Ambos candidatos y las
respectivas fuerzas políticas que los apoyaron se identificaron en su aversión
al PRI. De un lado le decían al electorado, cuídense de los dos PRI’s; del otro
advertían de la continuidad del PRIAN. En vez de afirmar su propia plataforma y
difundirla con la mayor claridad, inconscientemente señalaron que de cualquier
se votaría por el PRI.
En este rejuego, el candidato del
PRI le tocó ser el centro de los ataques, tragó todos los sapos que le
prepararon sus adversarios, se afirmó en su autocontrol y evitó transformarse
en un candidato rijoso. En ese punto estableció un mensaje de serenidad al
electorado que mantuvo durante toda la campaña. Hoy le ha alcanzado un triunfo
contundente como para que en los bastiones priístas disfruten la euforia de la
victoria. No dudo que la televisión abierta desde el principio de la contienda,
así como otros consorcios en el trascurso de las campañas, estuvieron con el
corazón puesto en el candidato del PRI. Pero la contienda tuvo equidad y se
despleguó dentro de la legalidad. Todos los ciudadanos que asistimos a las
casillas lo hicimos con entera libertad, nos plantamos en la soledad de la urna,
sin propalar en ese recinto acondicionado el sentido de nuestro voto.
En este contexto más vale
armarnos de prudencia. Se tienen elementos para que el nuevo equipo gobernante
haga una revisión seria de lo que está fallando en el país. Tiene prohibido
equivocarse.
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