lunes, 2 de julio de 2012

Tristeza, euforia, prudencia




Domingo primero de julio de 2012 fue un día relajado para mí, es preciso acotar. Actividades domésticas en general, interrumpidas alrededor del mediodía para acudir en familia a votar. Sin asomo de ansiedad transcurría el domingo, después de comprar los víveres de la semana, preparar comida, engullirla, enseguida una sobremesa de café y galletitas, todo en pareja. Inusualmente no se presentó la obsesión por informarme en la red sobre el curso de la elección. En sustitución y para el rélax, me dispuse a digitalizar unos acetatos con la voz y la música de Beny Moré. Qué vida.

A partir de las siete y media de la noche me dedique al zapping binario: UNO TV y MVS Noticias. Pasadas las diez de la noche consideré que era suficiente dedicación a la pantalla chica.

Estoy en un nuevo día, mi ciudad está triste, no es la misma que el pasado miércoles se volcó a las calles y colmó el zócalo. En mucho se debe a que en la ciudad, capital de todos los mexicanos, sus preferencias estaban claramente marcadas. Antes del domingo, cualquier conversación envolvía la certeza del triunfo de las izquierdas a nivel nacional. En realidad era una ilusión que miles consintieron y no hubo manera de que vieran otra realidad. La ciudad de México no es todo México. Así de claro.

El entusiasmo de #YoSoy132 quedó atrapado en un doble juego: alentar la campaña negativa de atajar a Enrique Peña Nieto y de negar, al mismo tiempo, la que era su preferencia, Andrés Manuel López Obrador. Emociones confusas, sé a quién no quiero y no puedo decir a quién sí quiero. Vaya enredo emocional.

AMLO es factor importante en este resultado adverso que se lleva. No logró mantener su mensaje inicial de conciliación. Igual que en la anterior elección presidencial, su mensaje regresó al punto de identificar su persona a la esperanza (mesianismo) y no se atrevió a proponer la imagen esperanzada de México. De manera parafraseada podría decir “la esperanza soy yo”

Josefina Vázquez Mota todo el tiempo negó el lastre que cargaba de corrupción, desempleo, muerte y violencia, que ha caracterizado la gestión de su partido  en el encargo del gobierno federal y es su herencia reconocible. La beatería no es suficiente para acometer una empresa como lo es la campaña presidencial. El desplome del PAN al tercer lugar lo dice todo.

Ambos candidatos y las respectivas fuerzas políticas que los apoyaron se identificaron en su aversión al PRI. De un lado le decían al electorado, cuídense de los dos PRI’s; del otro advertían de la continuidad del PRIAN. En vez de afirmar su propia plataforma y difundirla con la mayor claridad, inconscientemente señalaron que de cualquier se votaría por el PRI.

En este rejuego, el candidato del PRI le tocó ser el centro de los ataques, tragó todos los sapos que le prepararon sus adversarios, se afirmó en su autocontrol y evitó transformarse en un candidato rijoso. En ese punto estableció un mensaje de serenidad al electorado que mantuvo durante toda la campaña. Hoy le ha alcanzado un triunfo contundente como para que en los bastiones priístas disfruten la euforia de la victoria. No dudo que la televisión abierta desde el principio de la contienda, así como otros consorcios en el trascurso de las campañas, estuvieron con el corazón puesto en el candidato del PRI. Pero la contienda tuvo equidad y se despleguó dentro de la legalidad. Todos los ciudadanos que asistimos a las casillas lo hicimos con entera libertad, nos plantamos en la soledad de la urna, sin propalar en ese recinto acondicionado el sentido de nuestro voto.

En este contexto más vale armarnos de prudencia. Se tienen elementos para que el nuevo equipo gobernante haga una revisión seria de lo que está fallando en el país. Tiene prohibido equivocarse.


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