Todos los días, la actual administración nos recuerda que su agenda está dominada por la “guerra” en contra del crimen organizado. Es una cortina de humo y sangre. En los hechos, la agenda oculta de Felipe Calderón es desmantelar lo que queda de la agenda social: de manera específica la seguridad social, los contratos colectivos de trabajo y los sindicatos. Su palabra, la del Presidente, se devalúa día con día. Todo lo que hace él es una pérdida de tiempo y oportunidades que el país no se merece. Cuando tiene oportunidad de fortalecer sus dichos se queda callado, se esconde tras bambalinas, tras la conferencia de un funcionario de jerarquía menor o de escasa visibilidad. Eso se demuestra con los acontecimientos del sábado pasado en Ciudad Juárez, Chihuahua. La policía federal que entró al relevo del ejército en esa localidad no ha hecho mejor las cosas. Nada más llegó ese cuerpo policial y la población fue víctima de extorsiones de tan insigne tira. No pasaron muchas semanas para que se diera el amotinamiento de policías en contra de sus comandos acusándolos de apañar ciudadanos y sembrarles droga, de pedirles mochada a sus subalternos. La gráfica de la prensa fue la viva imagen de la degradación de las supuestas fuerzas del orden. El Presidente no dijo ni pío, ni salió en cadena nacional a mostrar indignación de que sus empleados le jueguen a las contras. En cualquier otro país, donde el rubor alcanza a las autoridades con sentido de la vergüenza, el motín de ciudad Juárez hubiera obligado el cese fulminante de Genaro García Luna. Pero no fue así, estamos en México y los acusadores pasaron inmediatamente a la condición de acusados. Con estos modos, como quieren que la gente denuncie a los criminales.
Felipe Calderón no le concede oportunidad ni a la posibilidad de su propia credibilidad. Ayer lunes 9 de agosto, cuando todos esperábamos una respuesta suya, de su viva persona, respecto a lo sucedido en Juárez, nos salió con el cuento de que la reducción de normas en las dependencias federales constituía una forma de acelerar la transformación de México, con regocijo hueco exclamó: “Estamos transformando al país”. Quien le va a creer que con nueve manuales se mejora el funcionamiento de la administración pública ¿Por qué no se le ocurrió al principio del sexenio? Porque es una ocurrencia más a su larga cadena, como la mentada “guerra” al narcotráfico o su programa del primer empleo. La lógica calderonista es que un desatino saca otro desatino. A qué despacho le encargaron esos manuales, cuál fue el veredicto de la Cofemer. Puros actos mediáticos, sin mayor profundidad que no merecen mayor atención y sí ocasión de ludibrio para este blog.
Hoy martes, el Calderón vuelve a poner el tema del crimen organizado en lo más alto. Ahora convocando a los dirigentes de los partidos políticos al Campo Marte. Mañana lo hará con legisladores. El asunto es que no hay seguridades de que se llegué a un acuerdo. Sigue con su formato bélico de guerra religiosa que tanto le gusta. Bajo ese entretenimiento prosigue su guerra secreta en contra de los derechos sociales.
Una parroquia para Felipe Calderón, donde haga menos estragos al país.
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