México ha pasado, no ha salido,
de una atmósfera de crispación, la cual se gestó desde el abandonó del nacionalismo revolucionario, de
ahí la instrumentación autoritaria del liberalismo económico, la
democratización de los procesos electorales, la insurgencia de Los Altos de
Chiapas, el advenimiento del gobierno dividido, la alternancia por la derecha,
el fortalecimiento de los poderes fácticos. Todo ello, en proceso, ha llevado
al regreso del Partido Revolucionario Institucional a retomar la conducción del
poder ejecutivo federal. Un regreso para un país que ha cambiado, en el que las
voces de la sociedad, no todas, se escuchan si no con claridad sí con
desparpajo. Si no se escuchan con claridad no es porque no haya condiciones
para una mejor exposición de demandas, simplemente, no siempre se expresan los
intereses que quedan bajo cubierta.
El hecho es que esta realidad
sucinta y fragmentariamente descrita le toca gobernar a Enrique Peña Nieto.
Frente a ella es evidente un estilo de gobernar que difiere de sus antecesores
inmediatos. El Presidente atiende a sus adversarios, a sus opositores, como
colaboradores potenciales. El Pacto por México y la publicación de la Ley de
Víctimas son ejemplo de ese estilo personal. Esta actuación no supone el Estado
de Guerra, la condena al pasado o la invención de chivos expiatorios, solamente
es la base para abordar la pacificación del país.
Para ello se persiste en un
modelo económico que no ha rendido como para que la estabilidad macroeconómica
se refleje en el bolsillo en el bolsillo de los mexicanos. En esa complicación
se cuenta con dos políticas por establecer, la reforma fiscal y la rendición de
cuentas. Con una se deberían suprimir los privilegios fiscales de los que más
ganan, con la otra hacer frontal el combate a la corrupción. Estas dos
definiciones afectan intereses, someterlos con la ley en la mano es el reto del
nuevo gobierno.
Otro aspecto con el que tendrá
que batallar Peña Nieto es la realidad de que su grupo –gabinete legal y
ampliado- no es un grupo homogéneo, no todos han seguido la ruta crítica al
poder junto con el mexiquense, o lo han hecho desde la incondicionalidad del
pago de favores o se encumbraron por el
reparto de cuotas. Hay un segmento fuera del foco mediático que sienten el
regreso a Los Pinos como un retorno al punto temporal en el que los marginó la
alternancia. Llegan sin hacer propuesta sobre la materia de su encargo, eso sí,
con una nube de guaruras y con el ánimo de cambiarle a la gente hasta su manera
de andar por asuntos nimios como la vestimenta y los objetos personales de
escritorio.
Lo dicho, bienvenidos a la
realidad.
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