Rumbo a las elecciones
intermedias del 7 de junio de 2015, Enrique Peña Nieto llega como un presidente
fuerte, así lo parece. Tiene a las tres principales fuerzas políticas comiendo
de su mano. Ha conseguido las reformas “estructurales” que no consiguieron tres
de sus antecesores, también ha recentralizado los sistemas educativo y
electoral. Para completar, el sistema nacional anticorrupción deja intacto el
fuero presidencial, entre otros.
Esto no quiere decir todo ha
salido a pedir de boca. Tlatlaya, Ayotzinapa y Apatzingán son el rostro de una
presidencia fuerte en el sentido autoritario, en el perfil de tiempos
sangrientos que se creían superados.
La investigación periodística
sobre la casa blanca, comprada por Angélica Rivera a la constructora favorita
de Peña Nieto. Investigación que puso al Presidente bajo el señalamiento de
corrupto y que ahora está en cauce de ser limpiada por el secretario de la
función pública. De casa blanca, Carmen Aristegui y sus colaboradores esperaban
un efecto demoledor, como el de Watergate que llevó a juicio político al
presidente Richard Nixón, hasta finalmente quitarlo de la presidencia
norteamericana. Pero lo que no vio Aristegui y su equipo es la protección que
se le da en México al presidente –cualquiera. Aquí no estamos para realizar
hazañas emuladores (y envidiadas) como la de los periodistas del Washington Post, Carl Bernstein y Bob
Woodward. El reportaje de la casa blanca pronto fue golpeado al surgir la
especie verosímil sobre la garganta profunda de la investigación a la mexicana
(Salvador García Soto): Marcelo Ebrard. De octubre pasado a la fecha han
corrido seis meses, Peña Nieto aseguró su impunidad, mientras Carmen Aristegui
fue sacada de su espacio radiofónico por su ex patrón, al tiempo que Ebrard fue
posteriormente despojado de su candidatura plurinominal a diputado por parte
del tribunal electoral.
Se podrá decir ahora, la fuerza
real del Presidente está aprueba frente al crimen organizado, los
espectaculares actos incendiarios del crimen organizado en Tamaulipas lo deja
ver. Para el secretario de gobernación, entrevistado por El Universal –con la seguridad, la pose y un corte de sastre muy
digno de Daniel Craig- la delincuencia organizada es una actividad a la baja.
La cosa nostra está bajo control. Lo
mismo fue a decir en Reynosa, Tamaulipas. Osorio Chong aseguró que el tema
dejará de ser la principal preocupación de los mexicanos. Que así sea.
Pero en Jalisco el crimen organizado
vino a contradecir los dichos del secretario. Primero de mayo, día de
narcobloqueos, incendio de sucursales bancarias y de gasolineras en varios
municipios de ése estado, actividad criminal que se extendió hacia estados
limítrofes. No se trata de una insurrección, de una rebelión, de una sublevación
o alzamiento, no lo es mientras no haya proclama o bandera explícita. Son actos
espectaculares que se han cuidado de no generar bajas civiles y con el tino de
victimar a miembros de las fuerzas del Estado. Si juegan así seguro serán
aplastados. El crimen organizado no es suicida, podrá ser sanguinario pero
prefiere llegar a arreglos con la autoridad que se deje y en Jalisco parece que
se ha dejado mucho. La situación en esa parte del territorio deja muchas
incógnitas, las suficientes para recrear un escenario a modo de una
presidencia fuerte y una atmósfera de miedo en plena campaña electoral.
Entre tanto Peña Nieto, promotor
de las inversiones y líder de la economía de mercado, se despacha medidas
populistas con el reparto millonario de televisores digitales a familias que
carecen de ellos y de “tablets” para estudiantes de primaria. Bajo las actuales
circunstancias, el Presidente está confiado en un resultado electoral que
indirectamente le dé más poder, sabe que la baja calidad de la ciudadanía le
permite eso y más. Así será en tanto no se conforme una masa ciudadana capaz de
reducir o someter el proceder autoritario de la presidencia, mientras no se
tenga una oposición real, seguiremos hacia la reconfiguración de la democracia
electoral como medio del autoritarismo.
Valga pues una nota final,
ilustrativa de que no hay nada nuevo bajo el sol. Existió un dramaturgo y
director de teatro –Bertolt Brecht- que forjó una obra de denuncia al
capitalismo salvaje, al fascismo y al stalinismo. Dramaturgia terriblemente
actual acerca de un teatro dialéctico montado sobre la triada moral, justicia,
absurdo. En una de sus piezas llamadas didácticas, los actores anuncian de inicio
a los espectadores lo siguiente:
“Vamos a contaros
La historia de un viaje. Lo emprenden
Un explotador y dos explotados.
Observad con atención el comportamiento de esa gente:
Encontradlo extraño, aunque no desconocido
Inexplicable, aunque corriente
Incomprensible, aunque sea la regla.
Hasta el acto más nimio, aparentemente sencillo
¡Observadlo con desconfianza! Investigad si es necesario
¡Especialmente lo habitual!
Os lo pedimos expresamente, ¡no encontréis
Natural lo que ocurre siempre!
Que nada se llame natural
En esta época de confusión sangrienta
De desorden ordenado, de planificado capricho
Y de Humanidad deshumanizada, para que nada pueda
Considerarse inmutable”
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