Vivir para y por los asuntos
públicos, ése debería ser el sino de los políticos. Hay signos que nos indican
que los asuntos privados son la pasión que verdaderamente los consume.
El desgobierno actual que se
extiende por el mundo tiene su origen desde el momento en el que los políticos
sintieron lo privado como su vocación, lo meramente suyo: la nación, el pueblo,
la democracia, el servicio hacia los demás decayó en una pesada, por lo
costosa, representación tragicómica por lo que de irreparable y risible tiene.
Un primer signo de la decadencia
se dio cuando los políticos abdicaron de sus responsabilidades públicas,
empezaron a privatizarlas y subrogarlas, pues el mercado resultaba más
eficiente ¿Para quién? Ellos, los políticos, comenzaron a disminuir su materia
de trabajo.
Un segundo signo de la decadencia
ha sido la incapacidad para producir ideología. La mediatización, el márquetin,
entregarse a la voluntad de Dios se ha hecho fácil. La pereza intelectual se
impone, leer y escribir ni se diga, para eso están los asesores. No hay cuerpo
de ideas, el corte y pega es lo común.
El mecanismo de la división de
poderes no ha funcionado a cabalidad para que los sucesivos gobiernos se
manejen dentro de la ley. El abuso y la discrecionalidad han llevado al
ridículo de instituir organismos autónomos como el IFE, el IFAI, la CNDH. Su
existencia es reconocimiento al fracaso del equilibrio de poderes y expresión
de la debilidad del Estado de derecho.
En el colmo, se han creado
organizaciones civiles por parte de los gobernadores y los presidentes municipales
para talonear los recursos públicos lo que no quiere decir para gobernar mejor.
Para cumplir sus responsabilidades públicas se erigen como grupos de presión
lesionando la dignidad de su investidura, simulan ser parte de la sociedad
civil cuando institucionalmente pertenecen a la sociedad política.
En este marco de decadencia un
personaje como Andrés Granier no es una anomalía en el servicio público, es
cumplimiento de regla no escrita. El señor es un verdadero paladín de la clase
política. La corrupción que provee de negocios, propiedades y demás mercancías,
son privilegios que exceden a los ingresos como servidores públicos, pues ya lo
dijo el senador, hay que garantizar el arroz con frijoles, también el bisté y
el robalo, que servidos en Polanco tienen caché. Los políticos en su ocaso
hunden al país y no quieren reconocerlo. Sin llamarse todos Ernesto, son
corderitos al servicio del gran capital.
Para concluir por hoy, citemos al
citable Safranski:
“El mercado por sí solo, no garantiza
ninguna estabilidad. La estabilidad debe conquistarse mediante esfuerzos
políticos. Las catástrofes del siglo XX nos han impartido una lección, a saber,
que el poder económico ha de equilibrarse mediante el poder político”
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