“La Razón, a la que se atribuye la virtud de detener la violencia para
desembocar en el orden de la paz, supone el desinterés, la pasividad o la
paciencia”.
Emmanuel Levinas
Como quien va pateando una lata,
la clase política juega con la definición firme y efectiva del combate a la
corrupción. Es bandera añeja e irresoluta, que en sus inicios la actual
administración ha retomado con su propuesta de una Comisión, esta semana
legisladores de Acción Nacional propusieron un Sistema. Da lo mismo si no se
encara y depone el modo de ser corrupto, si no hay otro modo de ser que lo
sustituya. El ser probo, que se caracteriza por la integridad y honradez en el obrar del servicio público y en los
negocios privados. Nada más ajeno a la conducta de nuestras élites.
Ante ese déficit es explicable
que desde el servicio público se
gobierne con impunidad, así como desde los grandes corporativos empresariales
se busque el enriquecimiento de la firma empobreciendo a la mayoría de la
sociedad. Los excesos tolerados, no sancionados, terminan por dar cauce
indebido a la organización delincuencial, que invade el aparato de poder
público y se mezcla en los flujos mercantiles.
En la convulsión de un orden sin
bondad, porque la bondad es un modo de ser desentendido del poder, tanto como
de la acumulación de riqueza. Pues la bondad no es de este mundo o lo es en la
excepción, como en el nativo de Asís, quien renunció a sus derechos, el de
propiedad para ser preciso (Giorgio Agamben, Altísima Pobreza, Adriana Hidalgo editora, 2013). Convulsión
promovida por un orden de competitividad basado en la inequidad de reglas y
procedimientos que se prestan para el abuso, procreando privilegios hasta el
extremo de formar linajes.
Bajo ese orden, de tiempo atrás
la sociedad mexicana no ha salido del estupor que se despliega en la toponimia
del dolor y del horror, de la violencia letal de índole diversa:
Las muertas de Ciudad Juárez La
matanza de Acteal en Chiapas La masacre del vado de Aguas Blancas en Guerrero
Los cadáveres disueltos en ácido en Baja California Los lapidados de San
Fernando Los mineros asfixiados por un derrumbe en Pasta de Conchos municipio
de Sabinas Los niños bajo el fuego de la guardería ABC de Hermosillo Los
ludópatas muertos en el incendio del Casino Royale en Monterrey Los jóvenes
levantados del Bar Heaven en la Zona Rosa de la Ciudad de México Los
ajusticiados de Tlatlaya estado de México Los 43 desaparecidos en Iguala de la
normal de Ayotzinapa.
No son todos los sucesos
violentos ayunos de justicia, pero esta breve lista deja sin aliento. Una
devastación por acumulación.
Ni el Derecho, ni la Economía, ni
la Política, ni la Religión han encontrado salida justa a esta descomposición
propiciada por el actual modo de ser imperante. Acaso la interrogación a la
Filosofía nos dé una pista, un enunciado sin fuga hacia el pasado o hacia el
futuro, en la abertura presente de un modo de ser superior.
A raíz de otros contextos –el de
los campos de concentración nazi y el de la ulterior Guerra fría- Emmanuel
Levinas elaboró una ardua y compleja reflexión acerca de la relación del hombre
con su semejante, la responsabilidad para con el otro (De otro modo de ser o más allá de la esencia, Ediciones Sígueme,
2011 p.p. 111-117) y que se resume así: adoptar
como requisito irrecusable la responsabilidad para con el semejante.
Con justa razón se dirá que no es
algo nuevo, un decir ya dicho, pues se trata de un planteamiento ya milenario.
Pero su reformulación resulta una actualización oportuna para salir de la
barbarie que nos alcanzó.
Reitero la pregunta inicial ¿Hay
otra forma de ser?
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