El mundo del trabajo o el tema obrero ha perdido la densidad teórica y la influencia política que tuvo durante todo el siglo pasado. Para tal resultado han confluido factores diversos, el fracaso del socialismo que realmente existió (la Unión Soviética y Europa del Centro-Este) donde los llamados Consejos Obreros terminaron como justificación de una pesada burocracia. La desviación del sindicalismo que de ser instrumento de la lucha económica de los trabajadores se transformó en mecanismo de control para beneficio de la “aristocracia” obrera y de la estabilidad política del régimen. El empuje del neoliberalismo fue arrinconando la discusión de los temas del trabajo –derechos y conquistas- hasta convertirse en asuntos de menor importancia. La emergencia de temas como el de la lucha electoral, el renacer del indigenismo, el enfoque hacia los derechos humanos, fueron formando intereses puntuales y demandados socialmente que opacaron la cuestión obrera. Esta expresión en sí misma parece y es de otro mundo.
Es en este proceso de debilitamiento de un valor y un prestigio asociado al ser trabajador. En este contexto, la reforma laboral ha cubierto el trámite en la Cámara de Diputados acomodándose a esa realidad. Una reforma que legaliza lo que antes estaba fuera de norma pero que no puede demostrar que efectivamente se realicen como derechos en beneficio del trabajador, como tampoco puede demostrar que en sí misma sea detonante del empleo formal. Esto se afirma así pues si antes se rehuía el respeto al orden laboral nada garantiza que ahora sí se haga. Baste recordar que en los albores de esta administración que ya fenece, fracasó el programa de primer empleo –propuesto por el Presidente del empleo- porque buscaba integrar a la formalidad de la seguridad social a micros, pequeñas y medianas empresas. Esta masa de empresarios no le quiso entrar y mientras no haya sanciones rigurosas en contra de la informalidad no tiene porqué funcionar el nuevo esquema como se pinta. Hay una inercia de incumplimiento o déficit de Estado de derecho que no se ve como la reforma laboral vaya a remontar. Añadiendo a esta contra argumentación, es aventurado vender la idea de que la reforma traiga aparejado aumento de empleos y crecimiento económico, la inestabilidad de la economía global no permite hacer ese tipo de oferta. Es francamente irresponsable.
El otro aspecto de la propuesta de reforma que no transitó, relacionado con la vida interna de los sindicatos, no prosperó porque según se dice requiere de una reforma al artículo 123 y no va de la mano de una iniciativa preferente. Será el sereno, pero el afectado fue Enrique Peña Nieto, él que se ha postulado como el Presidente de la transparencia. Y no es un tema al que sólo tenga que rendirse en el sector gubernamental, también los sindicatos, la iglesia y los empresarios, el capital financiero con más urgencia. Pero estamos hablando de los dirigentes vitalicios de los sindicatos, negación de la rendición de cuentas y la democracia. Ellos alegan que le dieron votos a Peña Nieto ¿Le dieron? Pues que no el voto es libre y secreto. Ya me imagino si en la pasada campaña presidencial, los Gamboa Pascoe y Romero Deschamps salen a hacer publicidad a favor de Peña Nieto, seguro le hubieran bajado el caudal de votos. Pero no lo hicieron, se escondieron de los medios.
La Cámara de Diputados le ha dicho adiós al Siglo XX, los legisladores priístas han terminado por tirar al basurero el resto de su legitimidad histórica.
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