martes, 18 de febrero de 2020

Aturdir y discernir


Los mensajes de odio, las noticias falsas y las ediciones de material videograbado difundidas en diversos medios son una forma de aturdir. Confusión en el fértil campo de la inmediatez.

Discernir, en cambio, es apreciar lo que caracteriza y deferencia a una cosa de otra. El discernimiento no generaliza, relaciona, hace una clasificación entre identidades y opuestos. Es productivo mientras dispone de tiempo.

Ingrid Escamilla y Fátima Cecilia fueron asesinadas en el mes del amor y la amistad. Una adulta de veinticinco años, una niña de siete años. El primer caso tiene un criminal confeso, que no se escape por las rendijas del Poder Judicial. Del segundo asesinato aun no se tiene idea del ejecutor. El crimen organizado o la delincuencia no aparece relacionado en los dos casos. Se puede conjeturar que los dos crímenes se engarzan a estructuras familiares deterioradas en cada uno de los casos, insolventes para proporcionar afectos y cuidados. Ambos asesinatos ocurren en barrios populares de la CDMX. El primer caso, instituciones sin capacidad de anticipación ante la sicopatología de un crimen pasional. En el segundo caso las autoridades se aprecian rebasadas. Sí que falta una transformación institucional.


Las dos desgracias ocurren sobre el cauce de movimientos feministas en marcha, que traen su propia dinámica. De manera extendida, frontalmente en contra de los inaceptables hábitos machistas como el acoso sexual, dentro del amplio arco de la violencia de género. O muy específicos, como las feministas de la UNAM, que han levantado pliego petitorio y tomado escuelas y facultades, con una lista explícita de acosadores a la cual no se ha dado revuelo mediático, menos respuesta sancionadora.

El contexto político cuenta. El desplazamiento de un grupo de poder con privilegios excesivos y correspondientemente acorazado por los medios de comunicación, por una voluntad popular que busca arribar a tener para el país mejores condiciones de igualdad y justicia, las que fueron negadas sistemáticamente por una simulación del libre comercio, una meritocracia endogámica y por decisiones judiciales como refuerzo de la desigualdad. Esto dio lugar a la explosión de la criminalidad que formó una estructura con diversas gradaciones del crimen.

En ese tejido, de sus intersticios, emergen los casos de Ingrid y Fátima.

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