jueves, 18 de enero de 2018

Una nube llamada Enrique

“Nubes imperecederas, alcémonos, visibles en nuestra brillante apariencia húmeda, desde nuestro padre Océano, de profundo estruendo, hasta las cimas de altísimos montes cubiertas de árboles, para que contemplemos las atalayas que se divisan a lo lejos, los frutos y la sagrada tierra bien regada, el cadencioso martillo de los divinos ríos, y el mar que con sordo fragor resuena; pues el ojo incansable del Éter resplandece con sus brillantes rayos. Ea, sacudamos de nuestra forma inmortal la lluviosa niebla, y contemplemos, con mirada que mucho abarca, la tierra.”
Aristófanes

A pregunta expresa de un periodista, en un encuentro para informar sobre los trabajos de reconstrucción a consecuencias de los sismos del 2017, dirigida a Peña Nieto sobre la sucesión presidencial, éste con aplomó hierático invocó a la liturgia de su partido como forma y método para seleccionar al candidato del PRI. Sin tomar conciencia plenamente del hecho, pero sí de lo dicho, por instantes el presidente se despojó de su máscara de político moderno y transformador, se ciñó al rostro la máscara de conservador autoritario. El mensaje, para quien quisiera tomarlo, fue claro: decido yo y los priístas se adhieren. La breve historia reciente de deliberación al interior del PRI concluyó. Así se enredó Peña en la sucesión, como integrante del PRI (parcialidad política) y la máxima representación nacional que tiene como presidente de México. Enrique Peña Nieto es ya una nube agregada a la tormenta perfecta anunciada por Jorge G. Castañeda.


Rayos y centellas lanza la nube llamada Enrique. Lo que hacen Meade, sus coordinadores, sus múltiples voceros y el presidente del PRI es repetitivo, demagógico y pendenciero. Tiene que ser reforzado por una voz presidencial de advertencia para atajar por los cuatro puntos cardinales la postulación morenista de López Obrador a la presidencia. En la sobrerreacción declarativa difusora del temor, del miedo y la angustia le alcanzará para ocultar el malestar social causado por los reformadores y del cual se prende AMLO para sustentar su campaña. Malestar social que no es de un grupo o clase social, ni de alguna región. Es un malestar en contra de sucesivos gobiernos dedicados a satisfacer los intereses de una minoría.

La publicidad política y gubernamental se empeña en cantar cosas buenas, distraer la atención de un proyecto ensañado en la exclusión, dispuesto a sepultar los insuficientes logros de la revolución mexicana. De un proyecto que sucumbió a las tentaciones de la corrupción y la impunidad, incapaz de revertir la desigualdad y la pobreza. Y para colmo, se le fue de las manos la seguridad. Acaso los candidatos del régimen, no sólo es Meade, esperan ser premiados con el voto siendo que son autores del desastre.

De 1982 a la fecha, el último año del presidente saliente ha sido de pesadilla. Tal vez Ernesto Zedillo salió mejor librado porque evitó imponer al candidato de su distante partido y colaboró, facilitó el ascenso del opositor. O sea, se salió con la suya. A Vicente Fox le impidieron imponer presidente, igual suerte corrió Calderón. Podrá Peña revertir la tendencia y devolvernos al pasado con una baraja de candidatos del régimen.


El presidente Peña es parte de la tormenta perfecta.

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