La desconfianza reinó en el
encuentro del jueves 24 de septiembre. La reunión pactada entre el presidente
Enrique Peña Nieto y colaboradores con los padres de los 43 desaparecidos de
Ayotzinapa y sus asesores.
Quiero retomar la versión*
ofrecida acerca del encuentro por parte del portavoz del Ejecutivo. Sin
sorpresa mayor, nada que agregar a lo ya sabido a través de los partes
judiciales de la PGR, sin atreverse a glosar las demandas de los familiares de
los normalistas, mucho menos nombrarlos. Un asunto que ha adquirido gran
ventilación nacional e internacional se empequeñece desde el formato de la
reunión: a puerta cerrada en un museo que está enfrente y fuera de Los Pinos.
Demasiada preocupación por no abonar negativamente en la de por sí ya maltrecha
imagen presidencial: está por los suelos.
No se quiso mostrar el
desinterés, el enfado o la ocurrencia de una eventual grosería. Proteger la imagen
del inquilino de Los Pinos fue la prioridad, así nomás, el encuentro estaba
destinado al fracaso. La reunión no contó con la participación y presencia del
secretario de la Defensa Nacional, ni de alguno de sus subsecretarios, al menos
no los menciona Eduardo Sánchez.
De qué se trata, de llegar a la
verdad no, muy de acuerdo. Para ello era de esperar de la parte gubernamental
audacia, traer una historia ampliada de la noche de Iguala. Pero esa no fue la
ruta, como si quisiera limitar la investigación a una alianza entre las
instituciones municipales y el crimen organizado. Es suficiente, creíble y
posible avanzar dentro de esos límites ya manoseados, lo dudo. Dónde quedó la
actuación de Ángel Aguirre Rivero y sus subordinados. Qué tienen que aportar
las instancias del gobierno federal destacadas en la zona de Iguala y del
estado de Guerrero. El Presidente, más que prudente resultó temeroso. Siendo él
la figura principal, como sucede en las películas del Oeste, prefirió ubicarse
detrás de la pianola. Pudo haber planteado: ‘esta es la parte avanzada sobre
Ayotzinapa y voy más allá, presento la radiografía del crimen organizado en
Guerrero y las medidas para someterlo’.
Ése paso adelante no se dio. Es
de conjeturarse ¿De qué tamaño es el negocio de la producción y trasiego de
estupefacientes en Guerrero? ¿Quiénes lo manejan y como está la mochada por
hacerse de la vista gorda? La investigación está discurriendo por la
superficie, sin llegar a fondo, para no conmover y derruir las estructura
criminales, como le han hecho otros presidentes.
La verdad está ahí, el Presidente
no la desconoce, la cuestión es por qué Ayotzinapa es materia de lo indecible y
Peña Nieto prefiere engullirse secretos de Estado, dispuesto a cargar de día y
noche a los 43 desaparecidos y con ello alimentar el grito ¡Fue el Estado!
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