martes, 18 de noviembre de 2014

Del consenso a la polarización

Octubre y noviembre de este año han sido meses de movilización social, fruto del hartazgo más que de un cuerpo de ideas profusamente difundidas en la perspectiva de una revolución. Resentimiento germinado en la exaltación del individuo a través del mercado. No hay ideas, es una lucha abierta por el poder en la cual falta interpretar el silencio de gobernadores y alcaldes.

En el campo de la opinión publicada, el gobierno federal ha sido vapuleado. Todos sus recursos, los del gobierno, le han servido de muy poco, revelador de un aparato público en plena desarticulación, incapaz de enfocar su interés de sobrevivencia ante la emergencia, lejos de atender a cabalidad los compromisos institucionales del servicio público. El gobierno en su conjunto –niveles y poderes- es una maquinaria que, según hace tiempo confeso el ex presidente Miguel de la Madrid, se encuentra aceitada por la corrupción.

Una vez le pregunté a un funcionario de la desaparecida secretaría de la función pública qué ocurriría si el incumplimiento de las normas por parte de los servidores al servicio del estado fuera efectiva y eficazmente sancionado. Su respuesta fue: se paralizaría el gobierno. De ese tamaño es el mal.

¿Qué clase de régimen tenemos? Constitucionalmente, una república. Pero de acuerdo con mi querida Mary Shelley, las instituciones republicanas reducen las diferencias de clase entre los habitantes del país que las adopta. Los datos sensibles me dicen que no es el caso de México. Aquí el régimen es oligárquico, sólo por un breve periodo (1934-1940) se hicieron esfuerzos reales por fortalecer la república.

Y no hablemos de los grandes escándalos surgidos al calor del uso indebido del servicio público, de eso nos enteramos hasta el cansancio y sin pausa. Y qué decir de las pillerías no publicitadas que se cometen a diario. Recursos públicos que se sustraen del erario para engordar carteras, que cuando se llegan a descubrir se les oculta de inmediato y aquí no ha pasado nada. Recursos también utilizados para obtener favores sexuales o estúpidamente aplicados para proporcionar chofer y vehículo para trasladar a los hijos menores de funcionarios. En la burocracia se ve tan normal, es un derecho “adquirido” al puesto. De nada han servido auditorías, contralorías, ni el servicio profesional de carrera. La norma reducida a construir el teatro de la simulación.

En el extremo, ni al disimulo se recurre. No se puede entender de otra forma que haya sido la policía la que desapareció a los 43 normalistas de Ayotzinapa, como tampoco el proceder de los militares en Tlatlaya. Al menos no se han hecho públicas las instrucciones escritas sobre las cuales “amparar” tan desgraciados sucesos. Son la biopsia que detecta el cáncer que abate las instituciones, de la discrecionalidad a la corrupción, de ahí en adelante la vida no vale nada.

La condición del gobierno, en su conjunto, es delicada, el amago de hacer el uso de la fuerza en las actuales circunstancias es signo del deterioro en que se encuentra. Al gobierno nadie lo va a rescatar, para salir de esta situación tiene que disponer de acciones con resultados inmediatos en un escenario que ha cambiado diametralmente: del consenso a la polarización.




“Velad día y noche por el bienestar de todos. Sed señores de nombre y a la vez servidores de la libertad del pueblo. Elegid el primer puesto en la fila de los combatientes y no en los banquetes. No cojáis nada para vosotros; pero derramad dones sobre todos.” Así conminaban al emperador Juliano. (Ibsen, Henrik. Emperador y Galileo, ediciones Encuentro, 2006)

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