“Pero, como todos sabemos, cuando un maleficio aparece,
ya no hay modo de contenerlo.”
Mijaíl Bulgákov.
El seis de enero del presente
año, en términos políticos no vino cargado de dones. En el día ocurrieron
acontecimientos contrapuestos para la llamada normalidad democrática. En
Washington, D. C. el presidente Enrique Peña Nieto se reunía con Barack Obama,
lo que ello quisiera significar. En ese mismo día se dio un enfrentamiento
entre las fuerzas del orden y lo que queda de las autodefensas en Apatzingán,
Michoacán. También ocurrieron los actos vandálicos de Chilpancingo, Guerrero, perpetrados
por los maestros agrupados en la CETEG.
La coyuntura se sigue llamando
Ayotzinapa, para comprenderla hay que salirse de ella, empezando por distinguir
las dos narrativas que al día de hoy se confrontan. La narrativa reformadora,
postulante de la unidad nacional, confrontada por la narrativa indignada que se
siente a las puertas de la insurrección sin tomarse la molestia, todavía, de
agrupar las ideas de una revolución. Toda una versión mexica de la disyuntiva luxemburguiana: reforma o revolución.
La narrativa indignada no forma
un cuerpo de ideas porque hasta ahora no es más que la suma de todos los
resentimientos (de negocios sin prosperar, maltrato laboral, despidos, etc.) La
narrativa reformadora no se da cuenta de esa realidad y se mantiene en la
cantaleta tecnocrática que ya nadie escucha.
Aspirar a salir de la coyuntura
demanda poner por delante la perspectiva diacrónica, fuera del aquí y ahora,
del ombligo coyuntural. Rebobinar -la gratuidad de un arcaísmo- el proyecto reformador más allá del tramo de
Enrique Peña Nieto, sino en su trayectoria temporal más extendida.
Antes de que la Unión Soviética
ensayara sus reformas en la era Gorbachov, México ya había iniciado su Glasnost en 1977, así como su Perestroika en 1983.
El ciclo de la apertura política
tenía objetivos muy claros. Fortalecer la capacidad de representatividad
ciudadana en los partidos. Incorporar a las fuerzas disidentes dentro de la
disputa política institucional. Formar una clase política altamente
profesional, consagrada al servicio público. Al final del día, después de
sucesivas reformas, la representación de la ciudadanía se ha degradado por
políticos que representan, primero, a sí mismos, después a su familia,
enseguida a su grupo político, al partido, a poderes fácticos y muy al final a
la ciudadanía. El resultado demoledor de las reformas políticas ha sido la
reconstitución de la clase política corrupta. Se entiende porque ahora se
vuelve atractiva la política por fuera de la legalidad.
La reforma económica empezó con
la reprivatización de la banca. Los objetivos muy claros, descansar en la
empresa privada el funcionamiento de la economía. El libre mercado bajo los
principios de productividad y competitividad se encargaría de generar la
riqueza. Al final del día qué es lo que tenemos. Una economía sin desterrar las
prácticas fraudulentas y monopólicas, el contratismo y la entrega de concesiones
de mano de la corrupción. Y lo peor que pudo suceder: las actividades
delictivas como un modo extendido y boyante de hacer negocios. La consecuencia
es desoladora: violencia y persistencia de la pobreza.
Sin reconocer los yerros
cometidos no hay futuro.
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