viernes, 8 de junio de 2018

La oligarquía, amenaza a la democracia liberal

“Eran duchos en reuniones, todos acumulaban consejos de administración o de supervisión, todos pertenecían a alguna asociación patronal.”
Éric Vuillard

Lo dicho, esta campaña presidencial ha tenido como su contenido más destacado el debate entre Andrés Manuel López Obrador y los magnates, con las organizaciones patronales de acompañantes. Esta ha sido una discusión fuerte, estruendosa cabe agregar.  El punto de mayor ebullición llegó la semana pasada en la serie de solicitudes que hicieron grandes empresarios a sus empleados, en el sentido de orientar su voto. Hasta que se dieron cuenta por medio de distintas encuestas, que su malestar no permeaba al resto de la ciudadanía como ellos quisieran. Su oposición abierta en contra de AMLO no ha sido suficiente para reducirlo en los resultados de los sondeos. Como si fuera levadura, la oposición empresarial en contra de López Obrador hizo que éste rompiera la barrera de los cincuenta puntos en las encuestas. Tal vez por eso los debatientes continuaron su conversación en un desayuno privado -sin los medios- el martes 5 de junio.

Ayunos de información estamos sobre los pormenores del encuentro. Empero, vale hacer consideraciones adheridas al suceso y que no pueden quedar desapercibidas dada su relevancia para el futuro de la democracia.

Una de esas consideraciones es la vulnerabilidad de la democracia liberal frente a la tendencia a la oligarquización, la famosa ley de hierro que Robert Michels descubrió en la organización de los partidos. Es un giro muy sutil, se aprecia desde el desequilibrio ciudadano que se da cuando el voto individual vale lo mismo y dentro de esa ciudadanía hay un puñado de personas que tienen voz y megáfono, con recursos económicos en aptitud de influir la votación, de amagar, de vetar. Tan poderosos que en los últimos años las grandes decisiones del Estado han sido impuestas y/o y consultadas por y con los magnates. Son el factor real de poder andante y constante.

Otra consideración importantísima remite a una discusión añeja y mundial, sobre dos posiciones acerca del curso de la economía capitalista*. Una posición, la que impera y es dominante desde los años ochenta, dice que el mercado se autorregula “naturalmente” como si fuera un organismo biológico, por lo que la intervención del gobierno resulta inicua. La otra posición dice que en tanto el mercado es resultado de convenciones, del obrar humano imperfecto, requiere de la intervención gubernamental debidamente regulada para corregir desequilibrios. Es una posición moralista.


Se ha hecho una religión económica bajo el dogma del mercado autorregulado, con supuestos abstractos para darle una pátina científica. Una religión que combate el pecado de la intervención gubernamental. Esta religión hecha iglesia tiene su santa sede en Davos, Suiza. Sus catedrales más notorias están en Nueva York, Londres, Tokio, París, Frankfurt. También tiene sus santos doctores ungidos por la academia sueca. La otra posición, el keynesianismo, fue poco a poco reducida. Se mantuvo mientras significó una contención al comunismo. Una vez derrumbado el bloque soviético, el legado de Keynes fue destruido. Hoy en día, mentar los mercados regulados conlleva el anatema de populismo.

Estas dos consideraciones, la oligarquización y la discusión sobre el modelo económico rondaron la reunión entre el Consejo Mexicano de Negocios y López Obrador. Si AMLO se ha mantenido adelante en la contienda ha sido por desafiar a los grandes empresarios, lo cual no han hecho los otros candidatos. Las movilizaciones que Andrés Manuel ha animado por todo el país dejan fluir la voz de muchos ciudadanos afectados por el modelo económico apuntalado por las reformas. En la historia nada está finalizado.


*En esta apreciación me apoyo absolutamente en lo expuesto por Robert Skidelsky en su libro El regreso de Keynes. Editorial Planeta. Barcelona, 2013.

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