A un mes de la cita con las urnas,
sólo un candidato presidencial ha podido captar la atención de todos. A favor o
en contra, todos hablamos de Andrés Manuel López Obrador. Creo que sus
adversarios le han dedicado tanto tiempo a él, que desatendieron sus
respectivas agendas. Anaya y Meade van como rémoras de las migas noticiosas que
les deja AMLO.
Esta situación no les agrada a
los magnates que han encontrado en el “neoliberalismo” su época dorada. Se
ponen a dictar línea a sus empleados para que sepan por quién no votar. Cuando
mientan al populismo y de modo de que todo México se entere, como si a estos
magnates les faltaran medios para difundir su voz, el mensaje se descifra con
facilidad: están en contra de López Obrador. Es su posición y muy suya, así es
la democracia.
Al unísono, Enrique Krauze
remueve sus archivos sobre caudillos para advertirnos del caudillo. Con la
pena, Roger Bartra desempolva la jaula que creía inservible como metáfora de
conversación.
La derecha está inquieta porque
sus predilecciones no se van confirmando en las encuestas. Será que el
instrumento demoscópico ya se hizo populista, cuestión de averiguar. Y eso que la
derecha cuenta con la relativa ventaja de tener dos candidatos que le permitan
el escapismo de votar por el segundo, para así darle continuidad al liberalismo
económico extremo.
Dejemos las encuestas, los dimes
y diretes. Pongamos las cosas en una perspectiva no fatalista. Lo que yo veo en
mi bola de cristal es que el ciclo iniciado en diciembre de 1982 -el cual
sustituyó al ciclo iniciado en 1910- está desgastado. En ese desgaste han
incidido tres consecuencias de la política económica: corrupción del servicio
público, permanencia/incremento de la desigualdad social y pérdida de la seguridad
pública. Se esperaba que la desestatización disminuyese la corrupción. Se
esperaba que el arribo de las inversiones, una vez quitadas las barreras
proteccionistas, extendería mejor la distribución de la riqueza. Por último, no
calcularon que con el desmantelamiento del Estado de bienestar y la promoción
de la codicia como valor de vida se disparase la inseguridad. Una edad de oro
que resultó bastante distópica.
Esta es la realidad sobre la que
López Obrador ha puesto su plataforma, no exenta de histrionismo, con tres
mensajes muy audibles y sencillos para contrarrestar el ruido de fondo de las
campañas políticas: acabar con la corrupción, construir la pacificación del
país y poner en práctica una política redistributiva. En toda asamblea pública
que participa, en todo foro donde se pare, el mensaje de AMLO es el mismo.
Claro, con la jocosidad o la puya que le indique el evento.
Por eso muchos ciudadanos vamos a
votar por López Obrador, porque creemos que en la democracia hay opciones
distintas al “neoliberalismo”.
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