jueves, 31 de mayo de 2018

Una campaña que sigue adelante

A un mes de la cita con las urnas, sólo un candidato presidencial ha podido captar la atención de todos. A favor o en contra, todos hablamos de Andrés Manuel López Obrador. Creo que sus adversarios le han dedicado tanto tiempo a él, que desatendieron sus respectivas agendas. Anaya y Meade van como rémoras de las migas noticiosas que les deja AMLO.

Esta situación no les agrada a los magnates que han encontrado en el “neoliberalismo” su época dorada. Se ponen a dictar línea a sus empleados para que sepan por quién no votar. Cuando mientan al populismo y de modo de que todo México se entere, como si a estos magnates les faltaran medios para difundir su voz, el mensaje se descifra con facilidad: están en contra de López Obrador. Es su posición y muy suya, así es la democracia.

Al unísono, Enrique Krauze remueve sus archivos sobre caudillos para advertirnos del caudillo. Con la pena, Roger Bartra desempolva la jaula que creía inservible como metáfora de conversación.

La derecha está inquieta porque sus predilecciones no se van confirmando en las encuestas. Será que el instrumento demoscópico ya se hizo populista, cuestión de averiguar. Y eso que la derecha cuenta con la relativa ventaja de tener dos candidatos que le permitan el escapismo de votar por el segundo, para así darle continuidad al liberalismo económico extremo.


Dejemos las encuestas, los dimes y diretes. Pongamos las cosas en una perspectiva no fatalista. Lo que yo veo en mi bola de cristal es que el ciclo iniciado en diciembre de 1982 -el cual sustituyó al ciclo iniciado en 1910- está desgastado. En ese desgaste han incidido tres consecuencias de la política económica: corrupción del servicio público, permanencia/incremento de la desigualdad social y pérdida de la seguridad pública. Se esperaba que la desestatización disminuyese la corrupción. Se esperaba que el arribo de las inversiones, una vez quitadas las barreras proteccionistas, extendería mejor la distribución de la riqueza. Por último, no calcularon que con el desmantelamiento del Estado de bienestar y la promoción de la codicia como valor de vida se disparase la inseguridad. Una edad de oro que resultó bastante distópica.

Esta es la realidad sobre la que López Obrador ha puesto su plataforma, no exenta de histrionismo, con tres mensajes muy audibles y sencillos para contrarrestar el ruido de fondo de las campañas políticas: acabar con la corrupción, construir la pacificación del país y poner en práctica una política redistributiva. En toda asamblea pública que participa, en todo foro donde se pare, el mensaje de AMLO es el mismo. Claro, con la jocosidad o la puya que le indique el evento.


Por eso muchos ciudadanos vamos a votar por López Obrador, porque creemos que en la democracia hay opciones distintas al “neoliberalismo”.

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